«Un prólogo tierno, una presión eficaz, un sondear y acoger sin reservas, un agradecimiento prolongado y un apartarse satisfechos»

 Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio. Alice Munro.
Esta es la descripción del inesperado beso que, con un casi desconocido, comparte, en un puente lleno de simbolismo, la protagonista de uno de los relatos del libro que he leído, absolutamente embelesada, estos días.
Si alguien sabe de un beso mejor contado, por favor, que me lo diga… que no me lo vais a decir, porque no existe… ¿a qué no?… 😉
El libro, que como dije en otro post, me recomendó E. (gracias mil), consiste en historias de amor intensas y en su mayoría breves, donde en ocasiones todo se reduce a una nota, una mirada, un roce, un encuentro apasionado o, como en este caso, a un beso, que cambian toda una vida… o se convierten en el recuerdo que la alimenta.
A mí me ha parecido casi real, creíble… excepto porque en estas historias se da la circunstancia (¿mágica?), de que ambos protagonistas saben desde el primer momento, que están destinados a entrecruzarse; ninguno se equivoca: la nota, la mirada, el roce, el encuentro, el beso… siempre son correspondidos con la misma intensidad y con la misma seguridad de la fugacidad de la vivencia, nadie busca el amor eterno, ambos pretenden y encuentran la esencia del amor, el concentrado de sexo en la expresión justa y necesaria a cada circunstancia.
Pero era justamente esa reciprocidad de la que hablaba antes, la que me recordaba, mientras leía el libro, que no eran historias reales, ¡es tan difícil que dos seres conciban las emociones de igual manera!… y más lo es todavía, que al cruzarse, se fijen el uno en el otro y decidan conscientemente dar y aceptar el regalo del deseo ajeno. La cotidianeidad no tiene cabida aquí… ni la cobardía.
Lo extraño es que, lo que más me ha sorprendido de Munro no son sus mujeres, magníficamente construidas, sino sus hombres. Ellas son reales, adultas, complicadas, rotundas… pero ellos tienen la capacidad de reconocerlas y el valor de abordarlas. Los hombres de “Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio” saben ver lo que importa, y no temen acercarse y arriesgar esa caricia que ellas esperan y devuelven con creces. Y, cuando aman, como Grant, ese mujeriego de «Ver las orejas al lobo», lo hacen de una forma inmensa, que poc@s entenderán, pero que a mí me sobrecoge.
Ha sido esta una lectura de atardeceres en la terraza, de luz tenue y bebidas refrescantes; las historias han precedido al reposo nocturno y han preludiado ensoñaciones. Y, aún sabiendo que era ficción, yo leía y pensaba (un beso…), leía y sentía (un beso…), leía y soñaba (un beso…). Un beso… y un apartarse  satisfechos.
¡Feliz domingo, socios!

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Llevo ya unos días con acúfenos en el oído izquierdo, es decir, que yo, que adoro el silencio, transporto mi propio ruido interior allá donde voy… y, lo que es peor, leer se me hace difícil, porque a veces la única calma la encuentro en otro sonido que oculte el que yo misma produzco… Tampoco dormir es fácil, así que hoy he decidido pasarme el día en la piscina, semidesierta en agosto, oyendo de fondo los pocos coches que circulen por la carretera, leyendo lo que pueda y recuperando el sueño que no disfruto por las noches… Al final va a ser el oído el que me obligue a descansar del trabajo, que es una de las pocas cosas que no me cansa…