Light on Water. K. Dooley
Wonderful Tonight. Eric Clapton

Y ahora una sesión de preguntas cortas que requirieron una larga respuesta:
¿Cuál es su flor preferida y por qué?
Mira, esta pregunta la esperaba… mi flor preferida es el iris. Estudié botánica hace muchos años y me enamoré de esta familia de flores, emparentadas con la cebolla y con las orquídeas… son quizá las más discretas del grupo de plantas al que pertenecen. Utilizo perfumes que las tienen como base y en ramos me gustan solas, sin ninguna otra flor que les haga sombra.
¿Qué le gusta beber?
Una copa de tinto comiendo… y, a veces, leyendo. Algún gin tonic en verano y mucho té en invierno. Café a litros. Y agua con gas muy fría con una rodajita de limón (incluso en enero).
¿Y su plato preferido?
Me gusta todo… ¡menos las albóndigas! Sospecho que era el plato preferido de la cocinera del colegio, porque lo cocinaba día sí y día también… y nunca me gustó. Ahora tengo un par de amigas que las bordan (o eso dice todo el mundo) y algún día las he comido, pero jamás las he cocinado y nunca las pido en un restaurante. Así “de capricho” tengo que confesar que me encanta el sushi, es sencillo, no enmascara el sabor de los ingredientes y después de haberlo comido no necesitas una siesta de dos horas para volver a ser persona…
¿Cuál es el paisaje que disfruta más contemplando?
La costa brava… ¡en invierno!. No me gusta la costa en verano y no sólo porque haya más gente (que también), sino porque es demasiado dócil y pierde ese toque agreste que es lo que más me gusta de ella. Y, por supuesto, mucho mejor con un faro cerca… siempre en esta vida, es mejor tener un faro cerca…
Si tuviese que escoger un momento del día, ¿cuál sería?
El amanecer. Esa primera luz de la mañana es la promesa perfecta… Tengo una debilidad especial por los amaneceres ciudadanos, ver la ciudad despertar como una gran bestia que se despereza a medida que el cielo enciende las luces… me encantan las calles recién regadas y la gente en ese estado de falsa vigilia en el que se nos puede sorprender con facilidad.
De entre el abanico de emociones, ¿con cuál se quedaría?
El deseo… al final, es el motor que mueve el mundo. Gran parte del placer que proporcionan nuestros logros e incluso las cosas materiales con las que nos rodeamos, reside en esos momentos previos a su consecución, en ese período de incertidumbre, de desasosiego, en que deseamos sin saber si obtendremos… es ese destello de ansia desmedida, de “ganas”, el que nos incita a acercarnos a algo o a alguien… y el que determina, al final, que nuestra vida discurra por uno u otro camino.
Dígame, por favor, una canción que le guste mucho
“Rabo de nube” de Silvio Rodríguez. La descubrí en un bar musical, de esos que había hace muchos años y al que acudí arrastrada por las amigas, en un momento sentimental vamos a decir que “difícil”. El cantante debió notar algo, porque me la dedicó sin mediar palabra. Es la única canción que me han dedicado en mi vida. Sólo la escucho cuando siento que la necesito, temo abusar y que pierda sus propiedades curativas.
Podría contarnos un sueño imposible…
Empezar de cero, voluntaria y conscientemente, tantas veces como sea posible… conservando los afectos, pero poco más…¡renovarse una y mil veces!
¿Se refiere a volver a vivir?
No. Me refiero a volver a sentir. La emoción de un inicio e incluso la tristeza de un final, son mejores que esa sensación de renuncia que nos asedia cuando la monotonía se instala en nuestra alma. Seguir hacia delante con ilusión, reinventarse una y otra vez, con ese entusiasmo que nos hace sentirnos vivos y que sólo depositamos en lo que está naciendo…
 
____________________________________
Se ha ido nada más contestar la última de mis preguntas, con la excusa de un compromiso previo, y ahora estoy sola en la biblioteca, devolviendo cuadernos y grabadora al refugio de un bolso, ya de por sí demasiado lleno.
El silencio de este espacio repleto de libros me hace sentirme como una intrusa. De repente me fijo en mi imagen, reflejada en el espejo inclinado que hay sobre la chimenea, y mi mano vuela, para intentar poner orden en un flequillo que ahora se me antoja de colegiala.
Pero me levanto y miro a través de una de las ventanas… ella está fuera con un grupo de amigos, riendo abiertamente. Me duele comprobar que no he conseguido que me mostrase esa otra cara suya, la que, seguramente, sólo les enseña a ellos.
Estoy a punto de irme cuando unas voces provenientes del vestíbulo me recuerdan que estoy en un club y que esta mañana soy una invitada. Regreso a la ventana y compruebo que se va reuniendo más gente en el jardín. Viene a mi memoria, de repente, el cartel que he visto en la entrada: hoy celebran que hace cuatro años se inauguró este lugar. Lo que contemplo es una especie de fiesta, en la que ella es el centro de atención.
No creo que nadie se acerque por la biblioteca esta mañana. Me dirijo a la máquina del café y me preparo uno, husmeo entre los volúmenes mientras doy un primer sorbo. Quema. Cojo un libro y me arrellano en uno de los sillones, dejo el café sobre la mesilla. Leo.
No he oído el menor ruido, pero siento su presencia y doy un respingo. Desde la puerta entreabierta me sonríe (esta vez con dulzura, estoy segura) y me dice, casi en un susurro:
– Middlemarch… buena elección. Es una novela extensa. Vas a tener que volver…
FIN
www.elclubdelosdomingos.com