Una de las peores cosas que le pueden pasar a una persona es no aprender de los errores, otra no aprovechar las oportunidades que la vida nos ofrece para aprender. La primera se soluciona apretando el acelerador de la autocrítica, la segunda… es mucho más difícil de arreglar (¡y mira que pasar de la autocomplacencia a la autocrítica es complicado!).

Conozco gente que, para aprender de un error, necesita cometerlo muchas veces, pocos son los capaces de mirar hacia dentro y pensar que sí, que falló la suerte, que tal vez los compañeros de viaje no fueron los adecuados, pero que, además, él o ella se equivocó en unas cuantas cosas. Pero mira, es una postura que puedo entender, tal vez porque yo, a veces, he pecado de lo contrario: no puedo cambiar el entorno, pero sí mi actitud… que suena bien, pero te obliga a hacer un tour virtual por tus limitaciones, que te deja la autoestima hecha polvo durante un tiempo.

Reconozco que llevo peor lo de admitir que haya gente que no aprovecha las oportunidades que la vida les da en forma de despido, enfermedad o fracaso amoroso. Me cuesta muchísimo aceptar que cuando alguien acude a mí, herido, jurando que si pudiera volver atrás no haría esto o aquello, o prometiendo que si se recupera de este trance vivirá de otra manera, valorará a las personas con otras claves y modificará su escala de valores hasta que las querencias alcancen lo más alto; me cuesta, repito, admitir que luego, en una demostración exasperante de memoria de pez, se sigan comportando exactamente igual o peor que antes de tener el problema.

He conocido despedidos arrepentidos de haber atendido más a sus ínfulas profesionales que a su vida privada; enfermos renegando de no haberle dicho a sus familiares que los querían, antes de necesitar su apoyo para superar la enfermedad; abandonados lamentándose de no haber cuidado a los amigos que ahora les rescatan del abismo de la soledad… ¡pero son tan pocos los que, si vuelven a ser reconocidos en su trabajo, se curan o encuentran un nuevo amor, mantienen sus promesas!

Supongo que queda claro que hace poco he vuelto a vivir un caso así… y mira tú por donde, a mí, que nunca le doy de lado a un amigo cuando atraviesa un momento difícil, cuando resurge de las cenizas sin haber aprendido absolutamente nada… ¡me da un coraje!