Tienes que protegerte de la tristeza. La tristeza está muy próxima al odio. Déjame decirte algo que he aprendido. Si te tomas el veneno de otro por creer que compartiéndolo puedes curarlo, lo único que conseguirás es almacenarlo dentro de ti.
El paciente inglés. Michael Ondaadje
A veces pensamos que la gente alegre es timorata, o que la alegría les viene dada por una suerte de estupidez congénita, que no pueden ni quieren evitar. La mitificación de la tristeza es típica de las sociedades cansadas, decadentes, que prefieren pensar que nada se puede hacer, en lugar de luchar por aquello en lo que creen.
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En realidad yo hoy no os quería hablar de la alegría, ni de la estupidez y, mucho menos, de la tristeza… pero las buenas novelas es lo que tienen, te llevan donde quieren ellas y no donde tú creías que querías ir (aunque me encanta haber llegado a esta cita y tal vez sea ella el lugar al que quería ir desde el principio, sin siquiera saberlo).
Hoy me he puesto a escribir, porque necesitaba decir que hay libros (los buenos) que no deberían jamás adaptarse al cine, dado que en el trayecto que separa ambos medios, siempre se sacrifica algo… y ese «algo» suele ser lo más delicado, lo más dulce, lo esencial.
«El paciente inglés» de Michael Ondaadje es una de las novelas más bonitas que existen o tal vez sólo es una de las más deliciosas historias que han llegado hasta mí, conmoviéndome como pocas han sabido hacer.
Pero el post de hoy viene a cuento de que ayer me preguntaron cuál era el personaje masculino de ficción que más me gustaba. Y no tuve que pensarlo. Fui una adolescente encandilada, como muchas, por el Julien Sorel que Stendhal inventó para “El rojo y el negro”. Pero, ya una mujer, del que me enamoré perdidamente fue del Caravaggio de Ondaadje, descreído, tierno, que oculta lo que es bajo una capa tan frágil que el lector nota su fingimiento. A ese maravilloso personaje, a ese hombre, me lo robaron en la película, empequeñeciéndolo para darle protagonismo a alguien que era sólo una excusa… y eso me hizo odiar, definitivamente, las adaptaciones cinematográficas.
La cita de hoy es una frase que Caravaggio le dice a Hana (qué bien supo, en cambio Minghella escoger al actor, ¡Willem Dafoe era él!) en un intento de alejarla de su obsesión y arrastrarla al mundo… y resume bien su grandeza. Todavía recuerdo, a pesar del mucho tiempo transcurrido, esa conversación entre los dos, que sólo la lectura permite disfrutar; él luchando con la razón contra la sinrazón de ella, ella sabiendo ya que en su elección se equivocaba… y mientras, yo reposando la mirada en aquellas líneas ante las que se me encogía el corazón, llorando por él y rogando que ella viese lo que yo veía, aunque claro está, Hana no lo vio.
Ahí, creo yo, radica la magia de la lectura, en la contemplación del sentimiento como si de algo palpable se tratase, en el poner vida (tu vida) en lo que otro inventó a sabiendas de que un desconocido lo completaría y, tal vez, lo amaría.
En la película de Minghella, Caravaggio es una sombra, un comparsa, pero si el don de darle vida a un personaje de ficción me fuese concedido, si sólo uno pudiese acudir a mí, sin duda querría que, por un instante… lo que dura un suspiro… fuesen sus manos sin pulgares las que sujetasen mi cara.
¡Feliz domingo!
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