No soy muy amiga de espejos, tampoco los huyo, pero entiendo que el reflejo más valioso es la mirada del otro.
Con los años he tendido a rodearme sólo de la gente con la que estoy a gusto y a evitar esfuerzos en relaciones tóxicas o, simplemente, indiferentes. Todo mi cariño para la gente que me quiere y para los que me tratan bien.
Pero si unimos esas dos premisas, que son, a primera vista, positivas, resulta que cometemos el error de olvidarnos que existe otra imagen de nosotros mismos, más fea y difícil de contemplar.
Esta semana me he visto reflejada en unos ojos, no hostiles, pero si más críticos de lo habitual, y no me ha gustado lo que he visto. Pero sé que el espejo que contiene esa mirada será, tal vez, el que más me ayude a mejorar. En algún sitio escuché que, a veces, uno es la peor versión de sí mismo, y hay rasgos que pulir; practicar más la empatía y la delicadeza en el trato es uno de ellos; poner en práctica eso tan sabido de que cada situación requiere un tono narrativo, otro; respetar los espacios íntimos de los demás, tampoco estaría mal… Cerrar compuertas no quiero, ¡sólo yo sé lo que me costó abrirlas!
A una le gustaría pasar por las vidas ajenas con suavidad, sin hacer más ruido que el que producen esa especie de caricias intelectuales de la palabra amable y el silencio respetuoso, pero en más ocasiones de las que debiera, soy ese odioso elefante que entra en la cacharrería sin controlar su energía y sin apreciar lo que rompe, peor aún, sin saber qué, ni porqué, ha roto lo allí expuesto.
En realidad no ha sido nada demasiado importante… pero hoy me siento como esos caracoles a los que, viéndolos pasearse ufanos bajo el sol, alguien coge y les da un golpecito en los tentáculos donde tienen los ojos… y he corrido a refugiarme en el caparazón… no hay cuidado, saldré con el primer rayo de sol… la verdad es que ya empiezo a asomar un cuernecillo temeroso 😉

Y eso… que la vida sigue… me sigue, y yo la sigo a ella… y ahí andamos…

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