“Todo está iluminado por la luz del pasado.
Siempre está a nuestro lado, dentro, mirando hacia fuera.”
Jonathan Safran Foer. Todo está iluminado

 

Estos días he vuelto a ponerme un jersey de invierno para estar por casa. El jueves decidí hacer vacaciones y olvidar el trabajo hasta el próximo martes; el tiempo había empezado a cambiar y yo pasaba la tarde revisando unos textos que me condujeron hacia esas rampas emocionales que, astutamente, utiliza la vida para llevarnos hasta el territorio de la melancolía. Entonces telefoneó mi joven experta-inexperta amiga desde Nueva York y me mostró la belleza de Central Park desde una ventana de la cafetería del Museo Metropolitano. Un diminuto pájaro neoyorquino picoteaba entre el césped y ella se acordó de mí ¿Qué extraño humor resistiría el saber que alguien piensa en ti en un momento así?
La noche anterior había tenido un sueño de esos que no caen en el olvido; quizás lo motivó el que acabara de hojear “Voces que susurran” de Connolly. Una cosa llevó a otra y recordé a mi vigilante en la sombra, que unas veces me alerta del peligro, mientras que otras me incita a saltar. Tras mucho tiempo volvió a manifestarse y fue como ser despertada por un beso del pasado, que bien pudiese ser una despedida, pero que a buen seguro tiene otro significado, que descubriré con el tiempo.
Mi amiga temporalmente neoyorquina está enamorada del amor. Cree en cosas de las que yo desconfío, pero no se lo digo, porque me da miedo defraudar las expectativas que deposita sobre su propia vida. Me ve feliz y cree que lo soy a su manera. Piensa que tengo todo lo que ella desea y no entendería que yo he llegado aquí de la mano de la desesperanza, que solo cuando acepté vivir en la incertidumbre, pude empezar a experimentar algo parecido a la serenidad… y la sola idea de la espera ilusionada, que ella soporta con la fuerza propia de su juventud, una y otra vez, a mí me produce una enorme pereza, un cansancio prematuro que me obliga a admirar su constancia y a desear que el amor no tarde en acercarse y tomarla de la mano.
Me la imagino paseando por la ciudad, mirando el trozo de cielo que asoma entre los rascacielos y sonriéndole al infinito. Ella espera y yo sé que nada llega antes de que hayamos dejado de esperarlo. Pero mientras eso pasa, me llama y me envía fotos… y me conmueve sentirla tan cerca, a pesar de todas las distancias, mientras que hay gente cuya cercanía me resulta tan lejana…
…..
Ayer fue un día especial y yo, que ya no disfruto paseando entre paradas llenas de los mismos y repetitivos libros y entre rosas sin perfume, de colores imposibles, decidí organizar la festividad a mi manera.
El pasado se mezcló con el presente e iluminó la tarde. Hay cosas que no soportarían ser descritas, ni ser analizadas en términos de ventaja, pero ahí están, resistiendo el paso de los días… Y empecé a pensar que tal vez el alma esté encerrada en una realidad que no vemos y que, al cerrar los ojos, la verdad y la mentira se diluyan en el néctar de la vida. Puede que la esencia de la palabra sea al fin y al cabo la que utilizamos para crear al otro y nada que no pueda nombrarse exista realmente… y al revés, todo lo nombrado habite en algún lugar del mundo… y del corazón.
He puesto música para escribir, pero me he perdido en el laberinto de la memoria, enredada en mis pensamientos y no escuchaba las canciones, hasta que de repente ha sonado esta… y he recordado lo vivido hace apenas unas horas, cuando me rodeé de libros y flores del presente y del pasado más queridos y se me echó la noche encima, mientras tomaba té, saboreaba azucarados ositos de colores, leía a Chandler y contemplaba un ramo de delicados iris… ¿No es eso romántico?
¡Feliz domingo!
www.elclubdelosdomingos.com