Esta semana ha estado protagonizada, casi en exclusiva, por un libro (el calor ayudó, pocas cosas más se podían hacer excepto buscar un sitio fresco donde leer). Sin embargo, esta vez ha sido un ensayo el que me ha tenido en ascuas, como si de una novela de intriga se tratase, haciéndome leer lento y recapacitando a cada frase, pero también con el ansia de saber más y más sobre las reflexiones de la autora.
Ha resultado ser esta una lectura a trompicones: por la mañana en la piscina entre baño y baño, alguna tarde acurrucada en el sofá junto a la ventana o en la terraza con las luces nocturnas… incluso he vuelto a hacer aquello de leer mientras estoy comiendo, algún día en el que me ha tocado hacerlo sola (con los años he desarrollado una habilidad especial para sujetar las hojas: piso los extremos con dos libros de mayor tamaño y peso y dejo así las manos libres para los cubiertos y el vaso cuando es menester…).
El ensayo en cuestión es “El periodista y el asesino” de Janet Malcolm, que me recomendó E. (en un intento de regalarme un curso acelerado de reporterismo, que pronto veremos si he sabido aprovechar…) y que trata sobre la honestidad, el cinismo, el engaño, las excusas, el delito, el honor… aquí yo debería rematar la frase con un “del trabajo periodístico”, pero no lo voy a hacer, porque a medida que lo lees te vas dando cuenta de que es extrapolable a cualquier situación en la que intentas seducir a alguien. Y cuando digo seducir, no me refiero sólo a enamorar (que también), sino a todos y cada uno de los intentos que hacemos en la vida para vender nuestra imagen y argumentos, y obtener así beneficios personales de cualquier tipo (y en este punto no puedo evitar pensar en Internet y la promoción non-stop que realizamos los que trabajamos en el medio… pero ese es un debate, probablemente más adecuado para ser llevado a cabo en mi otro blog).
Te enseño aquello de mí que quiero que veas… no todo… sólo lo que creo que te puede resultar atractivo; por tu parte tú colaboras en el juego y no haces preguntas, ni miras debajo de la alfombra, aceptas que lo que ves es lo que hay, a sabiendas de que nunca es así.
Eso se hace igual en una cita romántica que en una entrevista de trabajo. Puede que sea consustancial a la condición humana. No queremos que sepan y no queremos saber, según el lado de la mesa en el que nos toque estar ese día.
Lo que hace diferente el libro de Janet Malcolm de otros similares, es que ella nos habla de un caso real: el litigio contra el periodista Joe McGinniss, autor de un best seller sobre la historia de Jeffrey MacDonald, un médico acusado del brutal (y no es un eufemismo) asesinato de su mujer y sus dos hijas; MacDonald demandó a McGinniss por considerar que este cometió un delito de falsedad y engaño, haciéndose pasar por amigo suyo para introducirse en su círculo (llegó a formar parte del equipo que se encargó su defensa en el juicio por asesinato) y obtener información con la que escribir un libro en el cual lo presentaba como un psicópata asesino y no como un inocente ciudadano condenado injustamente (que es como MacDonald entendió que sería tratado en el libro del demandado). No os digo más, que ya sabéis que no es mi estilo reventar un argumento, aunque en este caso, al no ser de ficción, importe menos.
El libro es un punto de partida (mucho más que eso, pero a mí lo que más me interesó fueron las líneas de pensamiento que me obligó a abrir) para una reflexión profunda, no sólo sobre eso tan antiguo de “el fin justifica los medios”, sino también sobre las reacciones de las personas ante alguien que nos dice lo que pretende, que sabemos que sólo está con nosotros para obtener algo concreto y, aún así se lo damos, en un esfuerzo patético por lograr mantener su interés.
También me ha hecho recapacitar sobre conceptos aparentemente tan claros como la verdad y la mentira. La mentira por omisión que diría aquel… dejar conscientemente que el otro piense lo que no es, para obtener algo a cambio… hmmm… yo, a veces, reconozco que lo he hecho… ¿quién no? Si alguien que puede facilitarnos un negocio es abstemio declarado, no pedimos un wiskyto delante de él… y damos así a entender que compartimos su actitud frente al alcohol… no es mentir, pero lo llevamos voluntaria y conscientemente a una situación en la que es posible que saque conclusiones erróneas que nos beneficien. Parece algo muy feo, pero… ¿lo es?… ¿tenemos que hacernos un harakiri emocional en público para que nadie salga engañado?.
Siguiendo con las preguntas, ¿tenemos derecho a saber “la verdad y toda la verdad” sobre otra persona?… puesto que es imposible conocer del todo a nadie (ni a uno mismo), siempre sabremos una parte… ¿qué hay de malo en que la parte que expongamos y nos enseñen sea la buena?

En fin, que todavía ando dándole vueltas al librillo de marras. Y que, por si no ha quedado claro, os recomiendo su lectura a todos y a todas… que os va a gustar fijo, ¡además de verdad!

¡Feliz domingo, socios!
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El viernes dicen que fue el día que más calor hizo en Barcelona en los últimos 100 años. Ni me hubiese enterado si no hubiese ido al cine por la tarde. Fue salir de casa y sentir que entraba en una sauna. Pero todo lo compensó la película «Conocerás al hombre de tus sueños» de Woody Allen (que igual resulta que no lo he dicho nunca aquí, pero es de lejos mi director preferido); hacía siglos que no me reía tanto con un humor tan… bueno, ¡tan como a mí me gusta!. Si vais a verla ya me diréis si estáis de acuerdo conmigo en que Gemma Jones está para que le den 2 Oscars juntos.

Además, reconocí alguna de las situaciones y me sirvió para reírme de mí misma, que es uno de los ejercicios más sanos que se pueden hacer en esta vida 😉

Entre eso y que el trabajo, finalmente, me ha cundido, ¡ha sido una semana estupenda!

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