El título del post hace referencia a una expresión del austríaco Joseph Alois Schumpeter, en la que se refiere a las consecuencias inevitables que la innovación radical aplica a una sociedad de mercado. Cabe aclarar que el bueno de Schumpeter (que nació austríaco y ahora sería checo, cosas de la historia), era economista.
Todo esto viene porque anoche (ante la imposibilidad de dormir entre el falso bombardeo de los petardos), me pregunté el porqué de la ceremonia de destrucción-cremación con la que celebramos ese solsticio que nadie sabe lo que es. Cuando uno quema los apuntes de selectividad quema un trabajo realizado, igual que cuando quema un ninot fallero en honor de San José (¿será por santos?, para que luego hablen de la cosmogonia de los griegos) ; ¿por qué nos gusta esforzarnos por hacer algo bien, para después quemarlo, disfrazando eso de acto purificador? (que esa es otra, ¿quién dijo que el fuego purificase?).
Bueno pues, tal vez intoxicada por el ruido, deduje que todo es lo mismo: destruir aquello que, por estar bien hecho, podría constituir el inicio del siguiente paso creativo, más aún, podría obligarnos moralmente a dar ese siguiente paso. O peor aún, destruir lo viejo para volver a empezar desde cero… a hacer las mismas cosas, una y otra vez, porque destruir lo que se ha hecho implica tener que volver a construir, desde el principio, cada vez mejor, pero siempre lo mismo (¿representa alguien mejor el inmovilismo que Sisifo, y eso que el pobre se supone que no paró?).
Todo este lío, sólo para evitar preguntarnos «¿Y ahora qué?». Tendría gracia.
Feliz día, socios.
¿Catarsis?
Puede, pero, gasolinero… ¿tomellosero? 🙂
Ciertamente: tomellosero