Esta semana he disfrutado de una de las lecturas más gratificantes con las que me he obsequiado en mis muchos años de lectora, De profundis de Oscar Wilde, genial dramaturgo, poeta y novelista (aunque desgraciadamente sólo escribió una novela) nacido en Dublín en 1854 (para situarnos, el mismo año que Francisco José I de Austria se casó con la archifamosa Sissi) y fallecido en París en 1900 (el mismo año que Puccini estrenó Tosca).

Wilde escribió De profundis, en 1897, cautivo en la prisión de Reading, donde cumplía condena por comportamiento indecente y sodomía, consecuencia de un cruce de demandas entre él mismo y el marqués de Queensberry, padre de su amante Alfred Douglas. La obra es una larga carta a Alfred “Bosie” Douglas, llena de reproches, pero también de reflexión, amor y perdón; de hecho si tuviera que definirla, diría que es una apología del perdón consciente, que es el que ejerce aquel que, sabiendo la cantidad y naturaleza de las maldades que el otro le ha infringido, le perdona, más por necesidad propia que por arrepentimiento ajeno.

No esperéis al Wilde aparentemente superficial (aparentemente he dicho, porque nunca lo es) de sus obras teatrales, sino a uno más profundo, luminoso, libre de artificios, reflexivo, apasionado y, sobre todas las cosas, conmovedor. De profundis manifiesta una pena profunda, pero a la vez es una manifestación de libertad escrita desde una cárcel, un estímulo para la reflexión sobre la esencia vital, donde Wilde utiliza su propio sufrimiento como fuente de creatividad.

Mucho podéis leer sobre la figura de Wilde, sobre su elegancia, su capacidad para marcar tendencia (ya entonces), su gusto por la sofisticación y la vida social de la época, pero nada de lo que leáis os acercará tanto a la comprensión de su persona como la lectura de De profundis.

Para mí ha sido como una ducha fría, que duele y revive a la vez, y es que, en la epístola de Wilde, encontramos el relato de una decepción, la de descubrir que se había engañado a sí mismo, que no quiso saber lo que ocurriría, que no quiso ver a su amado tal y como era, pero también encontramos la esperanza propia de quien acepta y perdona, y sobre todo, la de quien se acepta y se perdona a sí mismo. Wilde, vencido, utilizó su derrota para crecer.

No os digo más. Si queréis disfrutar de la lectura de una auténtica joya literaria, no lo dudéis, leed De profundis.