Confieso que estos escritos, publicados en domingo por la mañana, suelo escribirlos el sábado por la noche. El tiempo se detiene y yo con él, me sirvo una bebida y me pongo a escribir.
Ayer quería hacerlo sobre la llegada de la primavera… pero la mente es traicionera y el pensamiento echó a volar llevándome, no sé cómo todavía, a otros confines, y poniéndome en una situación desconcertante, de tal fragilidad, que añoré un abrazo (esa muestra de afecto que lo abarca todo, ese sentir que otra persona sostiene tu cuerpo, lo cobija, protege y da calor… ese hombro ajeno y hospitalario que acoge tu cabeza sin temer ser herido por una carcajada o una lágrima). Siempre he vivido el abrazo como un acto íntimo de aceptación mutua y la emoción que me provoca rememora lo que creía de pequeña que se sentiría en el cielo que entonces me prometían.
Y anoche, una cosa llevó a otra, y recordé todos los abrazos que debí dar y di o que creí merecer pero no me fueron otorgados (algunos ya imposibles o inútiles)… pero también soñé con los que deseo entregar y no sé si podré y los que ansío recibir y, tal vez, jamás me sean concedidos por mucho que me esfuerce… y fue el temor a no lograr estos últimos, anclados en el futuro, lo que, curiosamente, dolió más.
Entonces ya no pude detener las palabras y escribí un largo texto que me salvó del naufragio y me devolvió la calma… una escritura urgente, que releí mil veces e hice añicos después. De manera que esta mañana no había post que corregir y, cuando ya había decidido ausentarme hoy de este espacio que compartimos, he empezado lo que debía ser una nota de disculpa, un “lo siento, ayer no tenía el cuerpo para fiestas”.
Pero ahora pienso que, si quería hablar aquí de la primavera y el pensamiento embarrancó donde lo hizo, tal vez sea premonitorio y la estación que empieza, se presente ante mí esperanzada y plagada de cálidos, tiernos y dulces abrazos.
Y de pronto, casi sin darme cuenta, me ha nacido una sonrisa de oreja a oreja… y unas ganas locas de vivir intensamente este futuro inmediato, lleno de flores, que (para todos) se inició ayer.
¡Feliz domingo, socios!
🙂
Un abrao.
Y es que a veces la vida es… un bidón, como me dijiste el otro día, cuando era yo la que no tenía el cuerpo para fiestas y tú hallaste el modo de enviarme un abrazo necesario, curativo y ¡tan cálido! pese a su virtualidad. Me abrigó.
Preciosa entrada. El café del domingo sabe mejor con tus posts.
Icíar. Un abrazo para ti también.
Arati. Al final el domingo, que tanto prometía, ha sido frío y nublado. Parece que la primavera se nos resiste. Este blog también es mejor con tus comentarios. Un abrazo fuerte!
Siento también el vacío frío de la ausencia de un abrazo y me apresuro a abrazarme a mí mismo, no sea que no tenga suficiente calor cuando llegue el momento… Un abrazo, fuerte…
cumClavis. No es mala la solución que sugieres, pero prefiero el abrazo que mandas. Vaya para ti uno mío, Manel, también fuerte…
Un abrazo, desde esta distancia fria de un teclado que, a veces, como leyendo esto, se convierte en calidez.
Juana. ¿desde la distancia fría? ¡pero si estás aquí!. Un abrazo para ti también.