Ayer fue un día especial, de esos que celebras con el corazón, pero que te incomoda recordar en voz alta, porque temes que no signifiquen lo mismo para todo el mundo.

Ayer hizo 30 años que mi padre se operó de un cáncer. En aquellos momentos, un diagnóstico así no era lo mismo que hoy en día, era casi una sentencia y como tal se vivía. Las estadísticas no iban a favor del enfermo, pero decidimos agarrarnos al pequeño porcentaje de éxitos como a un clavo ardiendo y luchar por estar en ese plato de la balanza.
Y lo conseguimos. Es mentira que 30 años no sean nada, son un tiempo precioso cuando se trata de la vida de alguien a quien quieres. Hubo un momento en el que pensé que mi padre me sería arrebatado demasiado joven, que no podría recordar su madurez, que él no disfrutaría de la mía. Pero logramos encaramarnos en esa cifra (pequeña entonces) de las personas, de las familias, que se curaban.
El domingo vinieron mis padres a casa y pasamos un día agradable… y nos reímos… ¡juntos!
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