Orlando, un pintor aquejado de melancolía, regresa a su pueblo natal, del que hace mucho tiempo se siente ajeno, y en un impulso que ni él comprende compra la vieja casa semiabandonada en la que pasó muchas tardes de su infancia.

¿Por qué la compra? Se pregunta al comienzo de esta plácida y profunda novela. En los meses siguientes la casa se convertirá en un lugar inquietante, el refugio de dos soledades que se cruzan en el tiempo, ahora la del pintor que regresa y antes la de la maestra del pueblo, que nunca la abandonó.

Él no sabe qué le ha hecho detenerse allí y tomar esa decisión que no parece vinculada a nada que tenga que ver con lo que ha sido su vida en los últimos años. «¿Por qué la había comprado? ¿Por qué, si todos los recuerdos en ella estaban muertos?». Sin embargo, cuando una tarde pasa su mano por la pared bajo la enredadera siente la forma de la piedra y sonríe «mirando aquel muro como se mira un rostro amado».

Los días, lo mismo que la novela, transcurren con la calma de los lugares solitarios, entre conversaciones con un viejo amigo del pueblo y el intento de retomar los pinceles sentado en el porche en medio del hastío, mientras la casa se yergue como un paciente desafío al vacío emocional del pintor.

Poco a poco la casa va cobrando vida, con sus viejos fantasmas, y él se ve empujado a mirar dentro de sí mismo y a escuchar las preguntas del pasado. No tiene planes, parece guiado por una fuerza invisible y misteriosa que le lleva, con la suavidad de la naturaleza que rodea la casa, al lugar donde están las respuestas: las exigencias de la vida, los vínculos, el destino desconocido.

«Si la muerte corta un hilo, hay que anudar otro, y la vida misma te sugiere cómo».
La vida es un cuadro sin terminar, pero eso es difícil de comprender. Sutilmente la casa lo dice, y la cambiante luz de la tarde en el prado. Con Orlando vamos atravesando la superficie de unos días que parecen suspendidos en una vida que no va a encontrar la claridad, aparentemente sin percibir sus mensajes, hasta que, con la mirada ajustada al susurro del paisaje y las conexiones del tiempo, las cosas se van formando, difuminadas como «fantasmas en la niebla azul».
En busca de esos fantasmas difuminados, Orlando realiza un breve viaje a Venecia del que regresa con dos cuadros y una acuarela. Cuando su amigo contempla las telas inacabadas, elige una y le dice:
«Éste. Venecia en la niebla, lo podrías dejar así, sin terminar, con las cosas que se ven y las que no se ven».
  • Título: La casa del tiempo
  • Autor: Laura Mancinelli
  • Traductor: Natalia Zarco
  • Editorial: Periférica. Año: 2021
  • Edición original: La casa del tempo, 1993

Imagen: La casa, Irene Arroyas, 2021