Al terminar las clases, huían a los jardines, se tumbaban en la hierba alta y compartían trocitos de galletas Príncipe y libros que ella siempre dejaba a la mitad. Lo hicieron tantas veces que, en la memoria, parecía una única vez. Durante mucho tiempo no pudo pensar, sin dolor, en aquellas tardes. La muerte de su amiga le sorprendió en una etapa de su vida en la que su conciencia estaba despertando, pero con las alas todavía plegadas, por eso el impacto fue tan fuerte que lo dejó mudo. Provocó una cascada de emociones nuevas y desconocidas que no sabía cómo asimilar. Era el tipo de cosas que uno debe de sentir ante lo imposible, ante las cosas que de ningún modo pueden suceder porque todavía no las hemos imaginado. Más que un golpe de la vida era una afrenta, una traición.
Tenía veinte años y necesitaba alguna respuesta a la crueldad del destino. La buscó en sí mismo y empezó a verse como un explorador de oscuridades, abismos, lugares recónditos. En la hierba bajo el sol ya no estaba ella y él no sabía dónde encontrarla. Todo se volvía incoherente y extraño. Las emociones iban más rápido que el pensamiento y ese desajuste deshacía las palabras. Si alcanzaba a escribir una palabra y se quedaba observándola, al cabo de un rato esta se petrificaba sobre el papel como un insecto disecado, y lo que creía que significaba se diluía en el espacio como voces que pasan volando. ¿Qué genera más rabia y frustración que la incapacidad de expresar lo que sentimos?
Creyó que se volvía loco. Pensó que ya no habría más huidas hacia la felicidad de los jardines, que leer sería solo un placer solitario. La hierba crecía y sobre ella siempre adivinaba su piel enrojecida por el sol. Pese a todo, intentó mantener a flote el amor, aunque fuera con palabras secas, tristes y vacías. Se rebeló. Si no pudo imaginar a tiempo su ausencia, decidió que sí lo haría con su regreso. Buscó en los libros que ella se negó a terminar, los leyó todos otra vez, recordando lo que había leído con ella y a continuación la parte que quedaba por leer. Entonces las palabras empezaron a salir de los libros, ligeras y misteriosas, como voces que pasan volando. Ella las había soplado, pero ahora las conducía el viento.
Artículo publicado el 16 de marzo de 2016 en el periódico La Opinión de Murcia.