Creo que mi amiga sentía que nada de lo que recordaba de él, un amor, era cierto; que no existía nada de lo que una vez pasó. La cadena de los recuerdos se había roto hacía tiempo. Solo le quedaba lo que ella había podido revivir en soledad, unas veces con esfuerzo (cerrar los ojos y dejarse caer de espaldas en la oscuridad) y otras con la gracia de un encuentro en la parte más despierta del día. “Solo si olvidas serás feliz”, le decían, “las personas olvidan buena parte del pasado y siguen adelante con sus vidas”. Y ella les miraba como si respondiera: ¿Acaso el olvido es más real que mis poco fiables recuerdos? Yo tendría que haber estado más cerca de ella para saber si, realmente, ella seguía con su vida hacia delante o hacia atrás, si es que eso tiene algún sentido.
Antes de que nos distanciáramos, ella me hablaba mucho de él. Había sido una de esas relaciones que comienzan de una forma imprevista: se conocieron como si ninguno buscara nada en el otro. Ninguno de los dos sentía que sus vidas estuvieran incompletas. Así que cuando lo reconocieron, el amor ya había empezado. De esta forma, al asombro se unía lo fortuito. Ella solía decirme que en esa ausencia de un comienzo estaba ya la señal de un final. ¿Cómo se puede defender algo valioso si no conocemos su origen? ¿Cómo comprender una historia si ignoramos su comienzo? Ella le amó con la única certeza de que, sin un principio, estaban a merced del azar. Y lo peor de todo es que, a falta de un comienzo, lo único que le quedaba para intentar comprender su amor era el final. Y todos los finales son amargos.
Por eso el olvido no le ofrecía alivio, sino vacío, y por eso se empeñaba en reconstruir los primeros días de su amor aunque nunca hubieran existido, aunque solo contara para ello con los últimos días. No sé si ella era consciente de que ese empeño suyo era tan vano como el intento de retener las huellas de un sueño. Pero ella lo intentaba. Si lograba encontrar alguno de los buenos momentos que debió haber entre ellos, tan tranquilos como fáciles de olvidar, cuando “apenas si había empezado nada”, entonces quizá estaría todavía a tiempo de revertir su historia.
Imagen: Marc Chagall (1887-1985). Amoureux de Vence.
Artículo publicado el 9 de julio de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.