El otro día cumplí años. Muchos. He llegado ya a esa edad a la que se mira de reojo con desconfianza, como se mira la señal de tráfico que te advierte de una curva peligrosa cuando ya estás metido en ella. Conoces de sobra el camino y aunque sabes que vas demasiado deprisa confías en que resistirás y aguantarás el tipo. Tus amigos se apiadan de ti sin acritud, con la modestia de quien no olvida que muy pronto le tocará a él o con la resignación de quien ha pasado ya por lo mismo, pero te da a entender que si ha descubierto algún secreto no te lo piensa revelar, como si no se pudiera hacer spoiler con la vida.
Mi hermana me regaló una corbata (¡nunca me había regalado corbatas!) y un kit de supervivencia con un montón de pequeñas cosas con mensaje: unos post-it para “lo que hay que recordar”, una cucharilla para “remover ilusiones”, unas pastillas “para los días malos”, una jeringuilla llena de caramelos “para inyectar dulzura a toda la familia”, una libreta “para las reflexiones del día”, unos cigarrillos “por si surge la ocasión” y un sacapuntas para “sacar punta” no recuerdo a qué. Mi hermano me regaló un libro con las letras de todas las canciones de Bob Dylan, el último disco de Van Morrison y una botella de cava. Mi madre, un jersey, y mis amigos, un libro y una botella de whiskey. Entre todos me han equipado bien para lo que venga en la próxima década. Una de dos: o creen que tienen motivos para estar preocupados por mí o de verdad me quieren.
Regalar es difícil si uno se lo toma en serio y hay que conocer mucho a alguien para acertar. El mejor regalo que yo he hecho en mi vida costaba muy poco dinero, como el kit de mi hermana, pero estaba hecho de amor y no podía fallar. Ocurrió en un momento difícil y el regalo era una forma de expresar que, contra viento y marea, a pesar de lo que pudiera ocurrir, yo estaba al lado de esa persona, sin condiciones. Era una declaración y una promesa, aunque no necesitamos cruzar ninguna palabra. Lo que se dice con un regalo queda entre dos y llena tanto a quien lo recibe como a quien lo da. Un regalo de verdad nos une como un compromiso, sobre todo cuando llegan curvas.
Imagen: Slightly tarnished but still shines (Elizabeth Blaylock, 2015).
Artículo publicado el 29 de diciembre de 2016 en el periódico La Opinión de Murcia.