emilydickinson_135 Al principio, cada vez que nos encontrábamos era por casualidad y el tropiezo siempre me causaba un sobresalto, como si esos encuentros estuvieran fuera de toda lógica. Los temía tanto como los deseaba. A veces pensaba que podían ser una especie de advertencia del destino, pero otras quería creer que las extrañas circunstancias de su aparición tenían que ver con las dificultades normales que el amor debe atravesar para abrirse paso. El amor es inesperado, me decía, y pasa como un pájaro ligero.

Con el tiempo dejé de preocuparme por el significado de las señales que anticipaban los encuentros pues todo lo que había logrado percibir era la imprevisibilidad de las cosas, pero ninguna certeza. ¿La vida podía haber sido diferente si me hubiera rebelado contra lo fortuito? ¿Es todo fruto del azar? ¿Incluso aquellas cosas que más nos importan? Si no hubiera entrado en aquel café, si hubiera elegido otro horario de trenes…¿Toda mi vida sería diferente? ¿Cuántas cosas hemos perdido y cuántas hemos ganado solo porque un día nos equivocamos al tomar una calle? Entre lo que vemos y lo que imaginamos se va construyendo la vida.

No son solo las grandes decisiones, apoyadas en el carácter o en nuestras debilidades, las que nos sacan adelante por sí mismas. Hay algo más, que no se ve a simple vista. Pequeños detalles, anécdotas, errores tontos o asuntos triviales que van dejando huellas por las que nos resulta cómodo caminar. Nos sentimos seguros mirando las cosas que hemos hecho, nuestro paisaje de cada día, pero de repente necesitamos mirar entre las grietas, elevarnos por encima de la tapia e imaginar lo que hay al otro lado. Nuestro hermano gemelo está por ahí vagabundeando, en la parte del sueño. Se parece mucho a nosotros y sufre por las mismas razones, pero nos cuesta vernos el uno al otro y por eso parecemos incompletos.

El amor viene para cubrir esa distancia, cuando él quiere. Nos parece casual porque no podemos vernos desde fuera, pero él sí y sabe lo que necesitamos. Y nos parece fugaz porque ignoramos lo poco que vemos con nuestros ojos. Inesperadamente viene desde el otro lado y se posa dando saltitos como un pájaro en la nieve. Al principio apenas sabemos nada de él, aparte de que es muy ligero; pero, como dice un poema de Emily Dickinson, a la mañana siguiente lo reconocemos por las huellas que ha dejado.

Imagen: Ilustración de Kike de la Rubia, para el libro ‘El viento comenzó a mecer la hierba’, de Emily Dickinson.

Artículo publicado el 3 de noviembre de 2016 en el periódico La Opinión de Murcia.