Amar en aquellos tiempos era como caminar por una ciudad extranjera en vacaciones. Se confundían el afán de perdurar y un deseo no confesado de olvido que nos devolviera a un lugar más seguro. Él deseaba estar con ella y que el viaje no acabara nunca, pero tenía miedo a que la ciudad les atrapara con sus dulces mentiras. Ella, en cambio, podía descalzarse en las calles nocturnas, como quien se entrega con los ojos cerrados a un momento mágico, pero desde el principio conocía el final y no la asustaba el olvido. Ella siempre le decía que la amaba demasiado y él, tarareando la canción de Leonard Cohen, que no había cura para el amor.
Aparentemente vivían en un mundo simple, según decía ella, hecho de mañanas en clase, tardes de cineclub y noches en los bares. Aunque él prefería llamarlo raro, pues ¿no estaban los tejados llenos de golondrinas dormidas cuando volvían a su casa a tomar la última copa en el balcón? Según se apagaban los sonidos de la calle, ella se recostaba contra la pared e iba adormeciéndose con el cigarrillo en los labios, escondiéndose detrás del humo, mientras él se preguntaba si echaría a volar una de esas noches. Con el tiempo la recordaría con aquella risa traviesa detrás del humo y los pies descalzos sobre la barandilla, y su imagen se le aparecería con significados diferentes, a veces como un secreto compartido, otras como una promesa no pronunciada.
Su único anhelo había sido proteger el tiempo en que estaban juntos. Brindaban y él intentaba grabar en su recuerdo la fecha exacta, la decoración de las paredes, su mirada, su vestido. Sin embargo, allí sobre los tejados, el futuro estaba tan lejos que no se atrevía a imaginarse con ella. Había una especie de plenitud en aquel silencio, tan frágil y fuerte a la vez, como los nidos de las golondrinas, que temía echar por tierra si no lo protegía. ¿Quién nos va a separar?, se preguntaba él. Ella le dijo: “amas demasiado y no sabes qué hacer con el amor”. A él le hería su sinceridad, incapaz de ver que esa era la única lealtad a la que ella estaba dispuesta. Tardó tiempo en comprender que por eso guardaba silencio cuando en los tejados se extendía el sueño de las golondrinas.
Imagen: Marc Chagall (1887-1985). The Bird Chase, from Daphnis and Chloe, 1961.
Artículo publicado el 5 de marzo de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.