Aquel verano llovió mucho en Italia, pero aunque no íbamos preparados para la lluvia no nos importaba. Desde la ventana del hotel veíamos cómo la lluvia resbalaba por las tejas pardas de las casas y hacía brillar las calles empedradas. Así nos recibió la ciudad la primera noche. Ella tenía una norma que no se saltaba jamás: la primera visión de una ciudad de verano debía ser a la luz del crepúsculo. Consideraba que ese primer contacto era muy importante pues, según decía, “los comienzos siempre son lo mejor”. Yo le seguía la corriente porque también deseaba un principio para nosotros dos.
Via Mazzini estaba cubierta de paraguas de colores, que colgaban en lo alto desde unas cuerdas que atravesaban la calle. Por el día parecían globos a punto de echar a volar, pero en la primera noche, cuando los vimos, los paraguas temblaban entre la lluvia como pálidos reflejos de las fachadas amarillas y verdes. En la plaza Trento e Trieste nos sentamos a tomar un helado y desde allí veíamos cómo, ante el avance del crepúsculo, los paraguas se iban apagando como las velas de una tarta. También su expresión pareció ensombrecerse. Quizá ella ya sabía que ese sería el último anochecer que veríamos juntos como si fuera el comienzo de algo.
Aunque aquel fue nuestro último verano juntos, no lo recuerdo como un tiempo triste. Ni siquiera la lluvia, que cada tarde nos obligaba a refugiarnos en los soportales, me hace recordar la ciudad como un lugar triste. Su repentina desaparición y su negativa a responder a mis llamadas desde entonces me hizo ver que mientras ella esperaba un comienzo yo ya había escrito toda la historia por mi cuenta. El amor que yo imaginé era tan frágil como aquellos paraguas que se columpiaban bajo el cielo de Via Mazzini.
Con el tiempo, lo que vivimos aquel verano italiano se me ha vuelto casi irreal, hasta creería que ella misma es también fruto de mi imaginación si no fuera por algunas fotografías que conservo… y por la lluvia de la primera noche. Fue lo mejor y lo recuerdo muy bien. Todo lo demás se ha borrado, aunque sé que hubo momentos buenos, de esos que llamamos inolvidables. Durante mucho tiempo me rebelé contra ese amor truncado. Ahora es dulce recordarla a ella con la parte de mí que he olvidado.
Imagen: Via Mazzini, Ferrara.
Artículo publicado el 13 de agosto de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.