Captura de pantalla 2016-05-26 a la(s) 19.29.27Noche de graduación. Los camareros pasan entre los grupos ofreciendo copas de vino y canapés. Nadie habla de política ni de exámenes. Los estudiantes parecen relajados, como si alguien les hubiera aliviado de una carga. Hablan como en los momentos anteriores al inicio de las clases, pero con una expresión nueva que yo no he visto antes. Quizá son imaginaciones mías, o solo es un efecto de sus vestidos y sus trajes. Ellas miran con la frente despejada, el pelo recogido con una diadema o una cinta o un moño; y ellos, los cuellos erguidos, sus barbas bien recortadas, sostienen las copas y escuchan ligeramente inclinados. La noche es ligera y cae suavemente, como si supiera que es acogida sin prisas. Algunas chicas se descalzan sobre el césped artificial.

¿Y ahora qué?, nos preguntan a los profesores. Y yo quisiera recordar esa misma noche mía de hace ya mucho tiempo, para poder responderles desde ese mismo lugar casi olvidado. Es mejor no saber lo que viene después. Es más, no creo que ellos deseen saberlo. Preguntan por preguntar. En sus discursos han hablado de sus últimos días y sin embargo no saben que son sus últimos días, pues hay que haber vivido algunos otros de verdad para saberlo. Y han brindado por el futuro como quien imagina un viaje espacial. Pienso que están lanzando una piedra a un estanque cuyas orillas no pueden ver. Las ondas ya se están propagando en todas direcciones, mientras el agua oscila un momento y permanece en su sitio. Eso es algo que ahora sé. Hay una vida en esas ondas y otra en el agua quieta. Una en lo que hacemos y otra en lo que anhelamos. Una nos conduce hacia la orilla y otra hacia el fondo.

Beben despacio y les brillan los ojos. Bailan. Están muy lejos de la orilla. Quizá no hay felicidad mayor que esta noche apacible iluminada solo por el resplandor de un futuro que, para cortejar a los graduados, tiene que desplegar todos sus encantos. Verlos así, expectantes, con los brazos extendidos hacia su pareja de baile, después de tantas clases, todas parecidas, también me llena de alivio y despreocupación, como si fueran nadadores preparados para lanzarse al agua en la oscuridad, a punto de saborear ese raro instante en que la realidad y el deseo parecen fundirse. Luego, nuevas ondas nos arrastrarán.

Imagen: Baile, Alfred Gockel (1952).

Artículo publicado el 19 de mayo de 2016 en el periódico La Opinión de Murcia.