Childe Hassam No hubo ninguna razón poderosa para aquel no o aquel silencio. Solo una duda que se sumó a otra duda, y detrás solo tiempo acumulándose lentamente. Una manera de estar a medias en el mundo. Como se dice en la última novela de Javier Marías, siempre llegamos tarde a la vida de la gente. O demasiado pronto, que para el caso es lo mismo.

Ella se sentó en el escalón del portal y recogió los tobillos sujetándoselos con las manos y dejando que la falda se le subiera un poco. Guardó silencio, pensando que, a esa hora de la madrugada, con tantas palabras ya gastadas, su alma hablaba a gritos. Seguramente así era, pues todo parecía confabulado para que yo la oyera, como si la vida me otorgara ese privilegio, me hiciera ese regalo de poder contemplar su interior y saberlo todo. Pero yo no podía hacerle frente. Todavía hoy puedo escuchar ese silencio, o más bien verlo: arrastrándose sobre la acera como la luz fría del amanecer hasta alcanzar sus tobillos y rozar sus pulseras, de repente de un color demasiado chillón. Segundo a segundo su cuerpo se fue encogiendo hasta adoptar la quietud de un pájaro dormido, cada vez más ausente, y su silencio ya no era el del cielo abierto sino el de un laberinto que se va estrechando hasta la asfixia. Desde fuera la vi desaparecer, con el alma a cuestas.

Pero durante un rato la acompañé con la mirada. Cruzó la calle y avanzó pegada al muro del río hacia el puente. Caminaba despacio y atenta, como alguien que entra en una ciudad por primera vez. Sus pulseras sonaban al ritmo de sus pasos, aunque eso solo lo imagino cuando me veo a mí mismo persiguiéndola sigiloso, preparando el momento de alcanzarla por la espalda y taparle los ojos. Al pasar al otro lado del río ya habría salido el sol, yo le diría que podía mirar por primera vez, así veríamos lo mismo y en el mismo instante. Sin más razón que el sonido de sus pulseras cuando levantaba el brazo para sujetarse a mí.

No sé qué parte de mí fue tras ella. Lo que sí sé es que no me asomé ni a su alma ni al puente. Quizá únicamente la siguió una sombra de mi vida, la que alimentándose de desencuentros sólo es lo que no fui.

Imagen: Frederick Childe Hassam (1859-1935). July Night.

Artículo publicado el 14 de mayo de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.