Vino a verme. Como había hecho otras veces, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, encendió un cigarrillo y me invitó a ponerme a su lado como si fuera ella la anfitriona. Yo puse una lata de cerveza, muy fría, en sus manos para obligarla a levantar la vista hacia mí. Estaba rara, cabizbaja y pensativa. Su sonrisa tímida, que en contraste con su mirada perspicaz solía dar a su cara una expresión de extraña inocencia, parecía esta vez una línea de sombra. Me dijo que estaba desesperada y se interrumpió, como si esa palabra fuera tan ajena a ella que solo de pronunciarla le hacía sentirse estúpida.
Le pregunté si le había ocurrido algo grave y me respondió que no. Dio un trago largo a su cerveza y tiró dentro la colilla del cigarro. Me aclaró que no era nada que le hubiera pasado, sino algo que sentía. “Anoche estaba en mi casa y me sentí muy sola. Sabes que a mí me gusta la soledad, pero esto era diferente. Estaba recogiendo la cocina y había salido un momento a la terraza porque recordé que hacía tiempo que no regaba unas petunias que habíamos comprado en un… da igual, estaba allí fuera y de repente lo sentí. Fue horrible. A través de la ventana vi el salón envuelto en una luz amarilla. Pero era una luz que no iluminaba y tampoco calentaba, no me atraía, sino que me alejaba, como si la casa entrara en otra dimensión y yo me quedara sola”.
La casa estaba a punto de desaparecer, me dijo, y no sabía qué hacer para evitarlo, pero lo peor de todo fue sentir que una parte de ella misma estaba dentro y se alejaba abandonándola a su soledad. Sintió pánico también: los niños estaban acostados, seguramente dormidos ya. Se le ocurrió pensar que sus sueños tenían algo que ver con esa luz extraña que envolvía la casa. Me miraba con los ojos enrojecidos. Si no la conociera hubiera pensado que había perdido la cabeza. Iba muy arreglada, como siempre, con un pañuelo dorado alrededor del cuello, una blusa negra y pantalones vaqueros. Le pregunté si quería que la acompañara a casa y me miró fijamente, como si me reprochara que no la estaba escuchando. “No lo entiendes. Todo era irreal. Tan extraño para mí como los sueños de los niños. Y las petunias estaban heladas”.
Imagen: *Para Inés II*, 2015, de Nazaret Barceló, en ‘Disparar los olores‘.
Artículo publicado el 3 de diciembre de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.