El amor se ha ido, pero su sueño permanece flotando en el día. El invierno aprieta aunque el calendario marca ya el inicio de la primavera y el río que nos prometimos cruzar algún día está hoy helado. Esta mañana he bajado temprano y cuando volvía de la tienda he reconocido mis huellas en la nieve, como si nadie hubiera salido a la calle todavía. En el portal me he tropezado con ella. Su pelo, que lleva muy corto, ha tomado un color rojizo. Lo he notado ahora por primera vez, quizá porque la he mirado en medio de la nieve en este día en el que las cosas han empezado a flotar.
Aunque es jueves ha dicho que no iría al despacho, que se tomaba el día libre porque necesitaba hacer unas consultas en la biblioteca y que no la esperara levantado esta noche. Bajando el escalón ha puesto un pie en la nieve y se ha dado la vuelta sin mirarme, dejándome frente al hueco de la puerta. En la oscuridad flotaba un beso muy antiguo. Era cálido y me ha seguido escaleras arriba, aunque ella me haya mentido.
Solía soñar con la nieve y se despertaba temblando, pero nunca ha temido al frío. Esta mañana la vi desafiando al viento. Caminaba pegada al muro por la calle solitaria. En ese momento me he dado cuenta de que las promesas son las trampas que nosotros mismos ponemos al destino. Jadeante he llegado arriba, he arrimado la mesa a la ventana, para no tener que encender la luz, y en la claridad de la nieve me he puesto a escribir, antes de que se me olvide esto. Antes de que el sueño de su amor se deshaga como el hielo en el río.
El chal con el que se envuelve flota a los pies de la mecedora, la taza de té de anoche está sobre la mesa baja, junto al libro que ha dejado a medio leer, y sus medias cuelgan en el radiador. Me pregunto si esta noche volverá, si ella es parte del hechizo o, por el contrario, solo me quedará el rastro de la nieve que ella soñó.
Imagen: Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938). Lovers (The Kiss), 1930.
Artículo publicado el 16 de abril de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.