El nombre de esta sección del Club (Dulce Jueves) hace referencia, obviamente, al día en que se publica, con un adjetivo que responde a la intención de mirar el lado bueno de las cosas. Soy consciente de que era este un propósito un tanto pasado de moda y cuyo mayor riesgo estribaba en endulzar demasiado la realidad cayendo, cuando esto ocurre, en una escritura nostálgica “modo bella easo”, según el reproche que de vez en cuando me hace un paciente lector. Lo cierto es que la dulzura está bajo sospecha en el mundo de hoy, lo mismo que la luz o la alegría. Si uno repasa los eslóganes publicitarios de las películas, series o novelas de éxito comprobará que los adjetivos más utilizados cuando se quiere ensalzar el interés de una obra suelen ser “siniestro”, “oscuro”, “tortuoso” o “despiadado”.
Con motivo de una exposición dedicada a Renoir en Madrid se ha recordado la movilización que un grupo de intelectuales organizaron contra este pintor hace un año. La iniciativa surgida en las redes sociales se convirtió en la última tendencia en arte. Bajo el lema ‘Renoir apesta’, se pedía la retirada de sus obras de los museos por su riesgo para la salud: de tan empalagosas podían provocar diabetes. Críticos de todo el mundo acogieron con deleite esta campaña y se convirtieron en odiadores de Renoir. Desde entonces, cuando me cruzaba en el pasillo con la lámina de ‘Bal du Moulin de la Galette’ en lugar de contagiarme su alegría de vivir empezaba a notar los efectos del empacho de una merienda campestre.
Sin embargo, ahora que abre sus puertas la exposición en el Thyssen, los mismos críticos que jalearon a los detractores de Renoir despliegan todos sus encantos para animarnos a visitarla y “revisar nuestros criterios sobre el pintor desde la contemplación sosegada de sus lienzos”. Renoir vuelve a ser el pintor del gozo, la exuberancia y la alegría. El asombro de los sentidos. No vi a nadie poner bajo sospecha aquella campaña anti Renoir. Todo lo contrario, debía de tener razón puesto que la inspiraba el odio y la negación del mundo y de todas las cosas buenas que nos permiten imaginar una vida mejor: el goce, la belleza, la sensualidad.
Eso es lo que nos da Renoir, una imagen de la felicidad, con el valor de haberlo hecho en medio del sufrimiento: con los pinceles atados a unas manos agarrotadas por la artritis. Él sabía que “el riesgo de poner el color negro en un cuadro es que hace un agujero”.
Imagen: Bal du Moulin de la Galette (1876), Pierre-Auguste Renoir.
Artículo publicado el 20 de octubre de 2016 en el periódico La Opinión de Murcia.