“Distanciarse un momento de uno mismo y volver en sí. Pero, al regresar, no estar exactamente en el mismo sitio que antes”. Así le gustaba sentirse. No siempre había sido así, pero cuando algunas cosas empezaron a torcerse (una serie de pequeñas decepciones que aunque vistas de forma aislada carecen de importancia, una junto a la otra fueron socavando su confianza en que todo se termina enderezando) comprobó que aceptar la vida como un puzzle roto podía traerle también satisfacciones. Antes le exasperaba la imposibilidad de llegar al fondo de las cosas y de encontrar cierto orden en ellas. Ahora era capaz de mantener la serenidad frente a la falta de respuestas claras a cuestiones que no por cotidianas dejaban de ser importantes.
Había vuelto a su ciudad después de mucho tiempo de ausencia. Primero pensó que podría recuperar su vida de antes, pero pronto se desengañó. Nadie le esperaba. Después se dijo que sería suficiente con que la ciudad le aceptara como a uno de los suyos. Tampoco eso fue posible. Nadie le reconocía. Caminaba por las calles como un sonámbulo que, al despertar, lo olvida todo. Sabe que estuvo allí, si se esfuerza puede imaginar lo que hizo, pero se ve a sí mismo como si fuera otro.
Una tarde, mientras se bebía un gintonic en el bar, buscando en la plaza a través de la ventana alguna huella del pasado, comprendió una cosa: hay una parte de la vida que no puede recuperarse cuando uno ha vivido huyendo de sí mismo. Él confiaba en que podría conservar aquella parte no contaminada por sus miedos, la parte más pura que le había impulsado a escapar, pero cuando fue en su busca solo podía ver una imagen borrosa, como una fotografía muy antigua. Podía verse, sí, allí sentado junto a la fuente en esa misma plaza, rodeado de otros chicos como él, compartiendo un paquete de cigarrillos, hablando de cosas desaparecidas, riendo con la risa transparente de quien todavía no ha salido de sí mismo ni ha ido a ningún sitio. Y si cerraba los ojos y se dejaba arrastrar por esa risa, él ya no era quien miraba por la ventana, tampoco el chico que reía, y cuando volvía en sí el lugar se había transformado. La plaza estaba allí, pero no era exactamente la misma plaza.
Imagen: La ciudad perdida (E.A./2015).
Artículo publicado el 15 de octubre de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.