201609145_2_img_fix_700x700 “Mientras haya deseo se puede vivir sin la felicidad, porque esperamos conseguirla. Si la felicidad no llega, la esperanza se prolonga y el encanto de la ilusión dura siempre. Disfrutamos menos de lo que obtenemos que de lo que esperamos y nunca somos tan felices como antes de ser felices”. La profesora lee en clase este fragmento de una novela de Rousseau, les pide a los alumnos que reflexionen durante diez minutos y se pone a mirar por la ventana. Su madre está enferma, su marido está cansado, sus hijos se han ido y hasta las ideas en las que creía ya no significan nada. La ciudad está deslumbrante en otoño.

Sabe que ningún alumno le preguntará qué pasa cuando la felicidad no es que no haya llegado sino que ya se ha ido. ¿Cómo imaginar entonces el porvenir? ¿Qué ve ella ahora por la ventana del aula? En el parque se queda dormida y cuando se despierta tiene que correr detrás de las hojas de exámenes que han salido volando de su carpeta y se han esparcido por la hierba. En su casa las estanterías, antes repletas de libros desde el suelo hasta el techo, están llenas de huecos, como si sus posesiones solo sirvieran para mostrar lo que le falta. De repente, todo lo que le pertenece lo siente como un peso que la arrastra. Cuando todo lo que ha crecido a su alrededor empieza a desaparecer, ¿cómo podrá otear lo que ha de venir? Después del otoño, el invierno cubre de nieve la casa de vacaciones.

Pero la felicidad no se va nunca. Es como el sonido del mar: lo percibes, lo sientes, lo notas, lo tocas y te envuelve, pero no puedes situarlo en un punto concreto del agua. Es más, a veces lo escuchamos en lugares donde no creíamos que fuera posible. Suena como las palabras que forman preguntas sin respuestas. Aunque no las entendemos nos empujan hacia delante por caminos inesperados. Si te empeñas en alejarte, te perseguirá. Y nunca suena igual, como el encanto de la felicidad. La profesora no se deja vencer por la tristeza. Mira por la ventana a ver qué le depara el porvenir. Allá fuera nada nos pertenece y todo es deseable. Y si no nos asegura la felicidad, al menos el deseo nos permite creer en ella. En lo alto de la colina, su vestido de verano recoge las nuevas señales del sol.

Imagen: Isabelle Huppert en la película El porvenir (L’Avenir, 2016), de Mia Hansen-Løve.

Artículo publicado el 17 de noviembre de 2016 en el periódico La Opinión de Murcia.