CHARLES-COURTNEY-CURRAN-SUNLIT-VALLEY Cuando terminó el último examen todos estaban en el césped bebiendo cerveza y sangría que habíamos llevado en una nevera portátil. Nosotros nos alejamos del grupo y nos sentamos en el camino de las moreras, detrás del lavadero de coches. Hasta allí llegaba el aire cálido del verano. No sabíamos qué decir, como si hubiéramos olvidado de repente cómo hablarnos. Nos hicimos fotos, pero ninguna los dos juntos. No lo pensamos. Ella me fotografió a mí y yo a ella. Ladeó la cabeza y dejó que el pelo le cayera hacia el hombro cubriendo los tirantes de su blusa.

Durante la mañana había llovido, aunque encerrados en el aula no nos habíamos dado cuenta. Ahora podíamos oler el verano en el agua del lavadero que nos envolvía pulverizada en el aire. Me sentía un poco feliz y un poco triste. Sin decírnoslo, ambos sentíamos que estábamos dejando atrás algo importante. Esos días no volverían nunca más.

Pasamos la tarde juntos caminando de un lado para otro, como si buscáramos un puente mágico que nos mostrara lo que éramos incapaces de imaginar. Apenas hablamos. Quizá era que no nos atrevíamos a imaginar lo que iba a venir después, en qué nos íbamos a convertir, si iba a ser posible seguir siendo amigos. Las calles se extendían sin fin y cuando llegó la oscuridad los límites de nuestro mundo parecían diluirse. Entonces no sabía que lo que no existe puede ser más valioso que lo que sí existe, que lo posible puede ser preferible a lo real. No sabía distinguir entre el amor, la soledad y la añoranza. La miraba sentada en un extremo del banco y quería ver el futuro. No podía imaginar el vacío de su ausencia en mi vida.

Nos sentíamos ligeros y así nos veíamos el uno al otro. Ella parecía tan delgada y frágil que pensé que podría elevarla sin esfuerzo, casi podíamos volar. Bajo nuestros pies el mundo se había detenido y las calles parecían ahora flotar en el espacio. Esa falsa ingravidez intensificaba nuestros sentidos al tiempo que, como en una tregua, nos impedía ver cómo desaparecía todo lo que nos había mantenido juntos. Teníamos la remota sensación de que en ese preciso instante de nuestras vidas estábamos allí despojados de todo lo que no éramos nosotros. Sin embargo, nada de lo que veíamos era ya cierto.

(Dedicado a Gracia)

Imagen: Charles Courtney Curran (1861-1942). Sunlit Valley.

Artículo publicado el 11 de junio de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.