Durante una larga etapa de su vida tenía por costumbre pasar una breve temporada a orillas del mar. Solía hospedarse en un hotel que había en el paseo. Iba al final del verano, excepto una vez que fue en invierno, y esta era la que más recordaba. Ahora, desde la ventana de la cafetería, miraba el autobús que aguardaba con las puertas abiertas. La maleta que había cogido era más grande de lo necesario, pero quería tener la sensación de que esta vez podía prolongar su estancia cuanto quisiera y quizá tuviera que comprarse ropa de invierno. Había pedido solo un café y lo saboreaba mientras se hacía la hora de la partida.
La habitación tenía las paredes pintadas de azul, estaba decorada con fotografías en blanco y negro y olía a humedad. Por la ventana se podía ver, medio oculto entre árboles, el faro, cuya luz recorría el techo cada noche iluminando toda la habitación. Aquellos días de invierno llovió cada amanecer y en esos instantes el haz intermitente dejaba un destello de estrellas en las paredes. Antes de sentarse a escribir y sin desayunar, bajaba a la playa. Salía por la puerta de la cafetería del hotel, pasaba por un jardín entre dos edificios y llegaba a las dunas, que atravesaba por un camino de tablas hasta la arena de la playa. Uno de los días llovió mucho y en la orilla, por encima del rumor de la espuma, escuchó el ruido de las gotas al golpear el agua. Le pareció que alguien estaba interpretando una música que nadie escuchaba.
Comía siempre en la terraza del hotel. Después trabajaba en su habitación y a media tarde salía a caminar. Aprovechaba entonces para echar las cartas en el buzón que había en el límite del paseo y continuaba hasta dejar las casas atrás. El graznido de las gaviotas se iba perdiendo en la lejanía. El color gris del autobús le recordó cómo la niebla se había asentando sobre las dunas cuando volvió de uno de sus paseos. Y deseó volver a ver el horizonte alejándose más y más mientras la lluvia extraía del mar extraños colores, como una habitación iluminada en plena noche.
Imagen: James McNeill Whistler (1834-1903). Westgate.
Artículo publicado el 5 de febrero de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.