Todas sus cosas fueron desapareciendo de forma misteriosa. Al principio, cuando perdió la fotografía que le hizo frente al Ponte Vecchio, no le dio importancia. Pensó que al ordenar la biblioteca la había cambiado de sitio. Pero después de la fotografía fue la camiseta que ella le regaló en una tienda de souvenirs en un viaje de estudios y que él guardaba, ya amarillenta, en el fondo de la cómoda, donde le bastaba tocarla una vez en cada cambio de estación; y después desaparecieron las gafas de sol pasadas de moda que se habían alojado en un cajón de la mesilla que nadie abría nunca. Así fue como empezó a sospechar que algo raro estaba pasando con sus cosas.
Cosas viejas, apartadas, que vivían ya a un ritmo más lento que la vida, y que hablaban, con una voz muy débil, si es que hablaban, porque a veces no emitían más que una música mortecina, como si hubieran perdido el hechizo de la felicidad descuidada de la juventud. Se habían apagado con la misma inmaculada indiferencia con la que un jardín suspendido en la calidez del verano se ve ensombrecido de repente por un cielo de tormenta. Y después llega la noche y la lluvia, dando paso a un amanecer también lluvioso que nos hace preguntarnos dónde han ido los días del jardín o si existieron alguna vez.
Revolvió la casa de arriba abajo, y nada, ninguna de sus cosas. Todo parecía nuevo y extraño. ¡El desván! Había teléfonos, una cafetera eléctrica, un proyector de diapositivas sin lentes, un juego de te sin estrenar, un saco de dormir. ¿Y el LP en el que ella le había escrito una dedicatoria? Ni rastro. Sintió que solo le pertenecía lo que ella le había regalado. Finalmente bajó corriendo los cinco tramos de escaleras que le separaban de la calle y fue en busca de su jardín. Llovía, pero no le importaba. Cruzó la calle entre los coches, avanzó dos manzanas y dobló la esquina. El jardín tampoco estaba.
Imagen: Henri Le Sidaner. Intérieur, lumière de la fenêtre. 1931.
Artículo publicado el 18 de diciembre de 2014 en el periódico La Opinión de Murcia.
Vengo de En lugar seguro al que visito desde hace quizá dos años. Y me gustaba. Aunque ya había leido a Wallace y me maravilló su libro. Recuenteo que tu blog me llevó a Middlemarch y entendí porque había que leerlo. También me descubrió otros autores y libros maravillosos; hago auténticos cursos de literatura con blogs como este. Soy muy lectora y la vida por ello tiene para mi un sentido mágico y enriquecedor.
Ahora soy ojeadora de este Club y me encuentro bien, como decias. Me gusta. Y estos relatos que presupongo tuyos, me encantan. Seguiré por aquí, plácidamente, aunque miro mas que participo.
Gracias Enrique.
Hola, Marcela. Bienvenida, ponte cómoda, quédate con nosotros y comparte tus lecturas. Nosotros también creemos que lectura le pone magia a la vida.
Gracias a ti.