The Passing of Summer Llegó a convencerse de que todo en la vida le había ocurrido a destiempo y se preguntaba si a los demás les pasaba lo mismo. Su matrimonio estaba roto. Cuando finalmente lo asumió, también se dio cuenta de que lo sabía desde hacía mucho tiempo, quizá desde el principio. ¿Cómo seguir adelante con la certeza del fracaso? ¿Podía esperar algo de una segunda oportunidad? ¿O quizá era mejor huir y probar suerte en otro lugar? Sobre la mesa del café desplegó el periódico, en cuya portada destacaba una fotografía de la superficie árida y fría de Marte. Así es mi futuro, pensó. Y esbozó una sonrisa: también el pasado. Para encontrar un atisbo de vida habría que buscar con un microscopio en el subsuelo.

Pasaba mucho tiempo en el café. Había adquirido el hábito de sentarse al final de la tarde y leer los periódicos. A menudo pasaba las páginas sin detenerse en ninguna, absorto en sus pensamientos. Observaba a las personas que entraban en el café. Las parejas se sentaban muy juntas, unidas por algún lazo invisible. Hacían planes, consultaban sus teléfonos y se los mostraban unos a otros. A veces, alguien entraba solo, barría el espacio con la mirada y, tras reconocer a un amigo, se impulsaba con una gracia repentina para ser recibido entre abrazos y besos. Y cada tarde, siempre a la misma hora, una mujer colgaba su bolso en un gancho bajo la barra, se sentaba en un taburete y esperaba a que el camarero le sirviera una bebida transparente en un vaso ancho que colocaba sobre una servilleta. Lentamente, ella sujetaba la servilleta con dos dedos y daba un trago pequeño, manteniendo erguida la espalda, como si se dispusiera a afrontar la soledad del mundo.

No sabía por qué, pero la visión de la figura de esa mujer, cuya elegancia por sí sola devolvía al café algo del esplendor que había tenido en el pasado, como si fuera un retrato antiguo, le sacaba de su letargo y le animaba a salir hacia la oscuridad que iba cayendo sobre las calles. Ahora todo (los árboles, los escaparates iluminados, los patinadores que pasaban a toda velocidad) parecía cercano. Entonces volvía a su casa. Y aunque allí ya no le esperaba nadie, un viento suave iba tras él envolviendo el eco de sus pasos.

Imagen: The Passing of Summer, 1912, de Harry W. Watrous (San Francisco, California 1857–1940).

Artículo publicado el 8 de octubre de 2015 en el periódico La Opinión de Murcia.