La historia, de Elsa Morante. Mi intención es que sea la última lectura de 2018 y la primera de 2019, que 925 páginas dan para eso. Me la regaló ma soeur Thérèse para el día de mi santo y como su volumen (y peso, solo está publicada en tapa dura, hasta la fecha) hace imposible transportarla en autobús, no la he empezado a leer hasta ahora, aprovechando las vacaciones y el frío. Me está gustando mucho y dado que el motivo para interesarme por ella fue que no había leído a la autora y que Elena Ferrante -quien quiera que sea- declaró su predilección por ella, no voy a explicar nada de la historia que encierra «La historia», solo os adelanto eso, que me está encantando y, como a estas alturas ya sabréis si mis gustos se asemejan a los vuestros, deberéis hacer un acto de fe y confiar (no solo en mí, también en Ferrante, no lo olvidéis los que hayáis caído rendidos ante La amiga estupenda).
El invierno de mi desazón, de John Steinbeck. Pues yo crucé al nuevo año con otro clásico ideal para días de lectura reposada, esta vez de la literatura norteamericana, la última novela que escribió John Steinbeck, en una preciosa nueva edición de Nórdica. No tenía entre mis planes este libro, pero se coló en la maleta de forma furtiva también como regalo, de cumpleaños, y fue leer la primera línea y no poder parar hasta la última, y en el camino todas las experiencias que la literatura puede deparar: reflexión social, dilemas morales, emoción, atenta observación de vidas en sus momentos cruciales, poesía, personajes inolvidables, etc. Una sociedad materialista que ha perdido sus valores de solidaridad. La confrontación entre la honradez y el dinero en un mundo desencantado.
Anna Karénina, de Lev Tolstói. Y para quien comparta la costumbre de empezar el año con un clásico, una obra cumbre para todos los tiempos, Anna Karénina, de Tolstói, aprovechando que está disponible una edición muy económica, pero legible y amable, de Alba, con la premiada traducción de Víctor Gallego. Se puede leer, con el asombro que despierta siempre el gigante ruso, como una forma de comprobar cómo se escribe una novela.
La casa de los lamentos, de Helen Garner. La crónica de un juicio contra un hombre acusado de matar a sus tres hijos. Una historia real. La autora es una reportera que asistió a las sesiones del juicio de un caso muy turbio que se alargó durante años. Solo cuenta lo que ve, lo que observa y lo que siente, y el lector le sigue contagiado de su estupor ante unos comportamientos humanos difíciles de comprender.
Invierno, de Rick Bass. El diario de un hombre que se instala con su mujer en una cabaña en el remoto valle del Yaak, en Montana, frontera con Canadá, para pasar el invierno entre osos y alces. Sus palabras suenan cálidas en medio del frío. Para leer junto a la chimenea.
Vana respuesta, de Rosamond Lehmann. «Judith había cumplido ya los dieciocho cuando vio que la casa de al lado, desocupada desde hacía años, volvía a la vida». Así empieza esta novela sobre una vida británica en los años veinte.
Diario de un librero, de Shaun Bythell. Un diario en el que el autor anota sus experiencias en The Book Shop, la librería de viejo más grande de Escocia, en Wigtown: pedidos, clientes, club de lectura, festivales literarios y, cómo no, el amor a los libros.
El río, de Rumer Godden. Novela de aprendizaje: naturaleza, infancia, India. «…Los árboles en flor en el vasto jardín de la casa paterna y el eterno fluir del río deslizándose hacia la bahía… están a punto de quedar atrás…»
Un maestro de las sensaciones, de Andrés Ibáñez. 22 relatos, largos y breves, sobre mundos tan cercanos como extraños: «Las sensaciones que tenemos son inexplicables –dice el autor– y lo que hace el maestro en este relato es explicarnos lo que está detrás de las sensaciones, que es siempre algo inesperado. Vivimos en un mundo de sensaciones físicas que se convierten en sensaciones de la imaginación. Vivimos en la imaginación, eso es evidente».
Poesía completa, de Alejandra Pizarnik. Y para terminar, un libro de poesía. También regalo, este sí muy esperado después de haberlo hojeado muchas veces en las librerías. Y que estos versos de celebración de la palabra como creadora de amistad sirvan de deseo de felicidad para todos los lectores del Club.
…Nos hemos arrodillado
y adorado frases extensas
como el suspiro de la estrella
frases como olas
frases como alas
Hemos inventado nuevos nombres
para el vino y para la risa
para las miradas y sus terribles caminos…