El cambio climático ha conseguido alterar las estaciones, de forma que para mí ya solo existen dos: el frío y el calor. Ambas aparecen casi de repente y se van acomodando en el mundo sin que yo tenga tiempo para darme cuenta. Encargué estos libros hace unos días y ya he repuesto las reservas de Pu Er Choconoir, he reubicado el orejero junto a la ventana del salón y he colocado la nueva manta rosa, doblada sobre uno de sus brazos. En cuanto compre una lata de galletas de mantequilla y reciba el lote de libros que le encargué la semana pasada a mi librero pelirrojo, la casa ya estará lista para enfrentarse al frío.
Los libros son, a saber:
Una chica en invierno. Philip Larkin. Llegué a esta novela gracias a las buenas críticas que fui encontrando en la red. Tanto en Babelia, como en Mar de Tinta, la dejaban por las nubes y me pareció que hasta el título incitaba a buscar un lugar confortable y ponerse a leerla en cuanto empezase el frío.
Ahora sabía que en la mayoría de las vidas hay un momento de ruptura, un momento en el que cae el pasado y la madurez que este había encerrado tanto tiempo se yergue trabajosamente. Solía desencadenarlo una muerte o un desastre, o incluso alguna historia de amor que, pese a una inmejorable voluntad de ambas partes, fracasaba.
Una vista del puerto. Elizabeth Taylor. No había oído hablar de esta novela hasta que Enrique me la recomendó. Reconozco que con eso hubiese bastado para que la pusiese en la lista de la compra de este invierno, pero me dio por curiosear en las redes y me encontré con varias reseñas de la novela, todas ellas decían maravillas sobre la historia y sobre la escritora. Tengo muchas esperanzas puestas en ambas.
La solterona. Edith Wharton. Que conste que he visto un par de veces la película basada en el libro y que protagonizó Bette Davis, pero me da igual conocer el argumento. Wharton es una de mis escritoras favoritas y las ediciones de Impedimenta mi debilidad (yo amo el libro como objeto, soy así de clásica), así es que no necesitaba más razones.
Ambas primas se sentaron en silencio una frente a otra, pero Delia desvió la mirada. Pensó con aversión que esa clase de cosas, si no había más remedio que hablar de ellas, no deberían ser tratadas en su alcoba, tan cerca del candoroso cuarto infantil que se encontraba al otro lado del corredor. Con gesto mecánico alisó el plisado de su falda de seda, achancado por el brazo de su prima. Reencontró los ojos de Charlotte y los suyos se fundieron con ternura.
—¡Oh, pobre Chatty…! ¡Mi pobre Chatty! —exclamó acogiendo a su prima estrechamente entre sus brazos.
Cuarenta y un intentos fallidos. Janet Malcolm. Lo primero que leí de Janet Malcolm fue El periodista y el asesino, una especie de ensayo que me gustó tanto como para desear repetir, así es que después leí su relato biográfico sobre la relación entre Silvia Plath y Ted Hughes, llamado Una mujer en silencio, que me gustó, aunque no tanto como el primero, pero lo atribuí a mi escaso interés por la vida personal de los escritores. Con esos antecedentes, cuando cayó en mis manos el artículo «Janet Malcolm, el rayo cegador del ensayo norteamericano» el deseo de leer este nuevo libro, se hizo acuciante. Aún así, dudé hasta el último minuto en añadirlo a la lista, pero ahí está y sé que lo disfrutaré.
Hay lugares en Nueva York en los que el espíritu anárquico y malmirado de la ciudad, esa forma de conducirse sin rumbo y sin freno, fundamental e irreprimible, ha encontrado puntales especialmente firmes. Ciertos transbordos entre líneas de metro, pasillos de una sordidez casi trascendente; ciertos solares de edificios en ruinas en los que los aparcamientos han brotado silenciosamente como setas; ciertos cruces creados por ilógicas confluencias de calles: todos ellos expresan con particular fuerza la inclinación de la ciudad por lo provisional y su resistencia a la permanencia, al orden, a lo definitivo. Para llegar hasta el estudio del pintor David Salle, en dirección oeste por White Street, hay que atravesar uno de esos cruces inquietantes —el de las calles White y Church y la intrusiva Sexta Avenida—, que ha dado lugar a una extensión desagradablemente ancha de calle que cruzar, interrumpida por una isleta en forma de cuña en la que ha establecido su desolada residencia un vivero rodeado por una alta alambrada y con un horario de irregularidad desafiante. Seguir leyendo.
Pensar es conversar. Diálogo entre dos filósofos. Emilio Lledó y Manuel Cruz. Este libro lo añadí en el último momento, fue una de esas tentaciones que parecen estar esperando a que caigas en ellas. Me gusta la filosofía, me gusta la conversación y me gustan los autores ¿qué puede fallar? Pues todo y nada, que los amores a primera vista no siempre funcionan, pero cuando lo hacen son los mejores. O eso dicen.
Así tengo pensado recibir yo al frío, y el invierno promete ser una fiesta.