Bertram temía a las personas desgraciadas, posesivas, obsesionadas o ardientes y, más que con ternura, se comportaba con galantería; flirteaba, pero no daba muestras de cariño.Dado que era bastante cobarde, y puesto que era de la opinión de que Tory se estaba hundiendo, le pareció más prudente no dar señales de haberlo advertido por temor a tener que verse obligado a acudir a rescatarla y encontrarse enredado en sus embrollos y arrastrado a profundidades que, en absoluto, deseaba conocer.
Una vista del puerto. Elizabeth Taylor.
Gatopardo ediciones. Traducción de Carmen Francí.
No es la primera vez que hablamos en este club de Elizabeth Taylor, en mayo de 2014 Enrique escribió una magnífica reseña de La señorita Dashwood. Reconozco que yo, hasta entonces, ni siquiera había oído hablar de ella. Al cabo de un par de años, me dijo que había leído una gran novela, también de la misma autora, y que no podía dejar de leerla yo. Compré sin dudar «Una vista del puerto» e incluso la incluí en la lista de lecturas que os recomendé para el invierno de 2016. Recuerdo que en aquellos días pensaba que dispondría de tanto tiempo para leer que me hice con un montón de novelas y ensayos que estoy empezando a disfrutar ahora, porque la lectura no es solo cuestión de tiempo, ni de ganas, es sobre todo un acto de valentía. Hurgar en las vidas ajenas, especialmente en las inventadas, siempre implica correr un riesgo -el de descubrir los errores propios, las cosas que podrían haberse hecho mejor, los porqués de algún que otro abandono,…- y a veces, si la novela es capaz de lo que Kant llamaba «transcender», nos compromete y nos obliga a hacer un último esfuerzo, para alcanzar aquello que anhelamos, o para resistir caer en la tentación de hacer lo que acabará por parecernos una ruindad, por más que aparezca envuelto en alguna de las grandes palabras que tanto nos protegen de nuestros errores. Y es que hay autores capaces de recordarnos que todavía estamos a tiempo de corregir el rumbo y extienden ese «todavía» hasta nuestro último aliento.
Aunque en realidad «Una vista del puerto» puede tener también una lectura menos profunda, más frívola -porque en la lectura no hay reglas que valgan y el mismo libro puede despertar pasiones encontradas-, difícilmente os decepcionará.
Sabéis que no me gusta destripar la trama, pero pocas veces una novela me ha puesto más fácil no hacerlo, porque Elizabeth Taylor no cuenta una sola historia, sino tantas, que sería imposible que, aún apuntándoos alguna, el libro perdiese interés.
«Una vista del puerto» es, en mi opinión, una novela sobre los devastadores efectos que el aburrimiento y la aceptación de las reglas morales que la sociedad impone en cada momento, tienen sobre los habitantes de un pequeño pueblo, que podría ser cualquiera, incluso uno que no tuviese puerto, siempre que en él viva gente a la que asusta la soledad, conmueve la añoranza, atrae lo que sabe que no podrá ser -porque el misterio desprovisto de riesgo es como un imán para alguien acomodaticio- y halla una ventana desde la que contemplar la vida de los demás le permita huir de la propia.
Me costó «entrar» en la novela, porque me identifiqué -está llena de estereotipos, es difícil no identificarse con alguno de ellos- con el personaje menos interesante, con el que no siente ninguna curiosidad por lo que sucede en ese pueblo, una mujer que vive de y para la ficción. Eso hizo que empezara a hacerme preguntas y a su vez descubriese que estaba ante una gran novela, porque solo la buena literatura consigue eso: que salgas de una historia con un montón de interrogantes.
En los libros no hay que buscar las respuestas ¡esas solo podemos dárnoslas nosotros mismos! Los libros deben servir para accionar el resorte que despierte la necesidad de preguntarnos cómo y porqué nos enfrentamos al mundo como lo hacemos.
Leed «Una vista del puerto», hacedme ese favor.