chicaeninvierno

 

En realidad no se había enfrentado con los hechos. Vivir el día a día, como había estado haciendo, clausuraba el pasado, pero también clausuraba el futuro y transformaba la existencia presente en una eterna provisionalidad. Había estado comportándose como si, de pronto, después de esperar un poco más, todo fuese a volver a la normalidad. Por mucho que no lo admitiera, se había convencido a sí misma de que en breve las paredes volverían volando a su sitio y ella, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraría de nuevo en su casa, o en la universidad, inmersa de nuevo en su antigua vida.

Una chica en invierno. Philip Larkin.

Una chica en invierno es una obra maestra. Soy consciente de que esto sonará rotundo y de que no es así como suelo empezar mis comentarios sobre las novelas que me gustan. Yo soy más bien de “me ha parecido maravillosa y es bastante probable que a alguno de vosotros también se lo parezca”, pero tengo la sensación de que el ejemplar que en estos momentos reposa sobre la mesita del salón, se reiría de mí si me atreviese a hablar él con tibieza –no sé cómo lo haría, pero seguro que encontraría la manera… ¿combustión espontánea, tal vez?

Os preguntaréis cómo puedo estar tan segura de la calidad de la novela de Philip Larkin y os voy a explicar un secreto: si a pesar del cansancio acumulado durante el día y de haberme quedado dormida durante el último capítulo de mi serie preferida, si aún a sabiendas de que el despertador sonará implacable antes del amanecer, no puedo dejar de leer y cerrar el libro se convierte en un sacrificio difícil de realizar, si antes siquiera de acabar la novela ya me entran deseos de marcarla para releerla más adelante –utilizo el exlibris para eso-… Bueno, pues si todo eso pasa, sé que estoy ante un clásico. En este caso, además, no lo digo solo yo. Pero sigamos.

Philip Larkin, con solo 22 años –difícil de creer, pero cierto- escribió la novela más respetuosa con la inteligencia del lector que he leído jamás, nos da tan poca información sobre los personajes que nos obliga a participar en la construcción del ambiente en el que se desarrolla la historia. Baste decir que la nacionalidad de la protagonista tenemos que descubrirla nosotros: una bibliotecaria con más preparación académica de la que se requiere para desempeñar su trabajo, refugiada en la Inglaterra de la II Guerra Mundial, que conoce la soledad más absoluta, esa que no cambiaría aunque el conflicto bélico acabase mañana y pudiese volver a su país… Katherine Lind, probablemente alemana, probablemente judía, probablemente la persona más solitaria del mundo, es una de las protagonistas mejor construidas de la literatura universal –con el permiso de Elizabeth Benett, claro está. Pero en realidad, la novela tiene dos protagonistas, una es Katherine y la otra es la sociedad en la que vive. Su condición de extranjera no es accidental, su aislamiento emocional tampoco, porque ambas cosas le permiten contemplar la vida de la pequeña ciudad donde vive, las reacciones de sus compañeras de trabajo, la personalidad del hombre que supuso su primer acercamiento al amor, desde una especie de asepsia realista y, contrariamente a lo que, al menos yo, esperaba, carente de romanticismo.

La historia, dividida en tres partes, empieza y acaba en un mismo día de invierno, en plena guerra, en el que Katherine trabaja y espera que su primer amor contacte con ella. Sabemos entonces, sin que nadie nos lo explique, que el pasado no existe para ella, que es tierra quemada, que aunque el mapa le indique que está ahí, el lugar del que Katherine salió no volverá a ser jamás el que fue. No hay hogar al que regresar, la existencia anodina y rutinaria que lleva, bien puede convertirse en eterna si no hace algo por evitarlo. La suerte de Katherine es que lo sabe.

Pero en la novela, no todo ocurre en el presente, existe una segunda parte que es una suerte de intermedio de romanticismo contenido, en la que Larkin nos cuenta el verano que Katherine pasó en Inglaterra, con la familia de Robin, cuando la guerra solo anidaba en el corazón de algunas personas y nadie sabía aún la cantidad de ilusiones y proyectos que truncaría. Un verano plácido en un ambiente tranquilo y campestre. Una época de iniciación en toda regla.

La novela está llena, como la propia vida, de relatos paralelos que transcurren mientras intentamos centrarnos en lo que nos importa y que acaban enseñándonos más sobre nosotros mismos, y sobre los que nos rodean, que aquello en lo que teníamos depositadas nuestras mayores esperanzas.

Solo una advertencia: comienza como un relato lento, pero no os dejéis engañar, el autor deja un reguero de migajas de pan que debéis seguir hasta ese lugar encantado en el que anida la literatura con mayúsculas y al que sabréis que habéis llegado porque os será del todo imposible dejar de leer.

¡Feliz lectura, socios!