Combinación de curiosidad intelectual y pasión por la vida, observación distante e irónica de los comportamientos humanos, asombro ante los misterios del mundo, búsqueda de lo inaccesible… Tales son algunos de los rasgos de las obras de Robertson Davies que volvemos a encontrar en ‘Un hombre astuto’, la última novela que publicó, cuando ya tenía más de ochenta años.

En esta ocasión se trata de la historia de Jonathan Hullah, un médico de métodos heterodoxos que en su vejez echa la vista atrás y repasa su vida espoleado por una periodista que investiga una muerte misteriosa de la que él ha sido testigo. A través de una multiplicidad de puntos de vista, otra de las características de las novelas de Davies, se muestra el complejo tapiz de recuerdos, sueños, sospechas, pensamientos y conversaciones que componen las vidas de los personajes.

La entrevista con la periodista funciona como impulso narrativo, aunque ya desde el primer momento el narrador principal advierte de que lo que diga será “la verdad en la medida de lo posible”, pero “no será ni la mitad” de lo que sabe. La historia completa la conoceremos a través de otros tres documentos: su diario personal, las cartas de otro de los personajes y las anotaciones del libro que quiere dejar a la posteridad, titulado ‘Anatomía de la ficción’.

La actitud que adopta el protagonista ante las indagaciones de la periodista aporta cierto suspense a la historia al tiempo que introduce un elemento perturbador en la narración por la poca fiabilidad que muestra un narrador que se muerde la lengua, se declara dispuesto a ocultar secretos y se pregunta irónicamente si está siendo sincero. Casi todo lo que sabremos de la vida de Hullah lo conoceremos desde su punto de vista. Y teniendo en cuenta que el objeto del libro es justamente el repaso de su vida, todo el entramado de historias y personajes adquiere un tono de extrañeza que acrecienta la desconfianza del lector. Porque esa reserva del narrador no es solo un truco narrativo sino la esencia de su autoanálisis. “Me parece que debo poner freno a este diario…”, dice el narrador que, sin embargo, sigue adelante como si no pudiera evitar aplicarse a sí mismo la inmensa curiosidad que le han despertado las personas con las que ha compartido la vida.

Lo importante es que el lector cae en el hechizo del narrador, pero no para perderse en la aparente dispersión de la trama sino para descubrir que es así como vivimos. “Oh, cuánto daría por tener el poder de vernos como los demás nos ven”, se lamenta el narrador, que acepta esa limitación y se lanza a la observación de los demás para comprobar cuánto depende su personalidad de la relación con ellos, sin olvidar los designios del destino y todo aquello que permanece inaccesible. Así se va conformando el retrato de una vida en fuga, como si no fuera más que “una parada en el camino de algo mucho más bello que todo lo imaginable”, una sesión continua que, afortunadamente -precisa el narrador-, nunca satisfará del todo los deseos del corazón.

¿Y qué era finalmente lo que no quería revelar a la periodista? Quizá lo que no se puede revelar, lo que está oculto y es, a la postre, lo que da sentido a la vida, que solo puede quedar plasmada como ocurre en esta novela, con retazos de recuerdos compartidos y poco fiables en un precario equilibrio entre pérdidas y ganancias. ‘El hombre astuto’ no lo cuenta con cinismo ni amargura, sino con un tipo de ironía que él llama ‘burla seca’ y que consiste en

“la delicada proyección de una luz clara y fría sobre la vida y que, por lo tanto, la enriquece”.

SOBRE EL AUTOR

Robertson Davies (Ontario, 1913-1995), uno de los grandes novelistas canadienses del siglo pasado, fue rescatado para el público español por la editorial Libros del Asteroide en 2006. Desde la publicación de ‘El quinto en discordia’ ha ido traduciendo todos los libros de una obra que, dividida en trilogías, está compuesta de once novelas, además de cuentos, diarios y ensayos.

John Irving lo llamó «el Dickens de Canadá» y efectivamente sus historias repletas de personajes, tramas cruzadas y desbordante imaginación se pueden considerar herederas del escritor inglés y parte destacada de una tradición narrativa en la que, por su puesto, también hay que incluir al propio Irving. Los tres sobresalen como contadores de historias. Saben cómo atrapar al lector, una cualidad que Davies consideraba fundamental para un novelista:

“Un escritor de verdad desciende de los contadores de historias medievales que solían ir a la plaza de las ciudades, extender una alfombra en el suelo, sentarse sobre ella, golpear un cuenco y decir: ‘Si me das una moneda de cobre, te daré un cuento de oro’. Si el narrador era bueno, reunía a un pequeño grupo de personas a quienes contaba una historia hasta que llegaba al punto más interesante; entonces, se detenía y pasaba de nuevo el cuenco. Así se ganaba la vida; si no conseguía retener a su público, debía dedicarse a otra cosa. Eso debe hacer un escritor”.

Además de novelista, Davies fue profesor, periodista y dramaturgo. De joven vivió en el Reino Unido como estudiante de Letras en la Universidad de Oxford y actor en el Old Vic Theater de Londres. A su regreso a Canadá se dedicó al periodismo como director del ‘The Peterborough Ontario Examiner’ y luego como columnista del ‘Toronto Daily Star’. Su primera novela fue publicada en los años 50, ‘A merced de la tempestad’. Durante veintiún años fue profesor de la Universidad de Toronto y publicó ensayos de crítica literaria.

En la larga entrevista que le hizo ‘The París Review’, Davies se declara admirador de Victor Hugo y los escritores realistas del siglo XIX: Balzac, “los grandes rusos” y Dickens: “Nadie elogia el estilo de Dickens, pero ¿quién puede resistirse a su encantamiento?” Y entre sus coetáneos destacaba a Evelyn Waugh, Graham Greene y J. P. Priestly. Cuando le preguntan qué autores le han influido menciona al autor de ‘Los Robinsones Suizos’, Johann Wyss, que leyó de niño, y a Daniel Defoe: “Solía ​​decirles a los periodistas jóvenes que si querían aprender a escribir buen periodismo debían aprender a escribir como Daniel Defoe”.

Imagen: Robertson Davies fotografíado por Yousef Karsh en el retrato que fue elegido para un sello conmemorativo en Canadá.