Hay cierta gente que es incapaz de montarse en un tren sin imaginar que está a punto de emprender un viaje cargado de significado hacia lo desconocido, como si la misma noción de movimiento estuviese ligada indisolublemente a la noción de descubrimiento, como si cada traslado del cuerpo fuese también un traslado del alma. Helen era una de esas personas, y en su caso las excusas duraban tan poco que no podía dejar de sorprenderse con la continua intensidad de sus expectativas Se emocionaba ante cualquier trayecto de más de cincuenta kilómetros, y la idea de viajar al continente era suficiente para sumirla en un estado de expectación febril. […]
Del relato Un viaje a Citera.
Un día en la vida de una mujer sonriente. Margaret Drabble.
Editorial Impedimenta. Traducción de Miguel Ros González.
Había hojeado este libro varias veces – es lo que tienen las ediciones hermosas, que me atraen como la luz a una polilla-, pero no me decidía a comprarlo, quizás porque llevaba tiempo con ganas de una gran novela, pero acabar «Una vista del puerto» y darme permiso para leer relatos cortos fue todo uno. Entonces me lo recomendó Enrique «te va a encantar», pero aún así dudaba. Tenía en mente a Lucía Berlin y su «Manual para mujeres de la limpieza» y por otra parte estaban las torres de libros pendientes que hay sobre la mesita del estudio. Entonces perdí un autobús y me acerqué a +Bernat -está a 1 minuto de la parada, tirando largo-, de allí salí con Lucía Berlin, pero también con Margaret Drabble y con Natalia Ginzburg -esta de propina, por recomendación directa de las libreras-. Como podéis ver, todo se ponía de cara y, aunque a veces eso resulte sospechoso en este caso nada falló: la escritora que decían que era maravillosa resultó serlo y los relatos que todo el mundo aclamaba merecían también mi aplauso.
Ahora me releo y pienso que, dicho de este modo, parece pretencioso: no es bueno si a mí no me gusta. Pues veréis: sí y no. No puedo decidir qué libro merece ser leído, pero en este momento de mi vida, he disfrutado de los trece relatos y me he sentido identificada, en mayor o menor medida, con sus protagonistas. Si el libro hubiese caído en mis manos hace veinte años estoy segura de que solo habría podido disfrutar de cinco o seis de esas historias en toda su plenitud -tal vez incluso de menos- pero de todas hubiese aprendido algo. Quiero decir con esto, que la literatura de Margaret Drabble es la de una persona que aprende: sus historias, sus mujeres, evolucionan, se adaptan a la realidad cambiante sin aspavientos, con cambios de rumbo ligerísimos, que las acaban llevando a un lugar muy alejado de aquel al que se dirigían cuando partieron.
Todas las críticas apuntan a las influencias que la autora tiene de Virginia Woolf, Iris Murdoch e incluso -¡válgame Dios!- de Jane Austen, a mí sin embargo me ha parecido que su escritura está más en la línea de la de Alice Munro. De edad similar, aunque de procedencias tan distintas, ambas hablan de mujeres que viven en un equilibrio constante entre lo que son y lo que la sociedad espera que sean. En algunas de esas historias, ellas, las mujeres sonrientes, caminan con temor sobre ese alambre y milagrosamente no se caen -como no lo hacemos casi nunca, cuando somos jóvenes y creemos que lo que nos espera será mejor-, en otras, como la maravillosa maestra que sigue los pasos de William Wordsworth la caída no produce ningún dolor que no se solucione con un buen vino y unos versos de Coleridge.
Me acabo de dar cuenta de que todavía no os he dicho que estoy hablando de «Un día en la vida de una mujer sonriente», el libro que contiene los relatos completos de Margaret Drabble y que os recomiendo vivamente.
Drabble nos cuenta la historia de trece mujeres que nos hablan desde posturas morales muy diferentes pero que, a su vez, podrían ser trece historias de una sola mujer, en distintas fases de su vida, es decir, explicadas con distintos niveles de honestidad para con ellas mismas -el nivel de pudor con el que nos cuentan lo que pasa y las emociones que les provoca es inversamente proporcional a la edad de la protagonista, como en la vida real-, pero unidas por una prosa que aúna ironía y poesía a partes iguales.
Como estas reseñas son lo más parecido a un acto de fe literario que conozco y nos explico nada de la trama -no por maldad, es que me da tanta pena que os perdáis el gozo de hacer vuestros propios descubrimientos…-, voy a deciros al menos cual es el relato que más me ha gustado a mí: Las cuevas de Dios.
Esa Hannah Elsevier, con su Premio Nobel y su gen de la vanidad bajo el brazo, en busca del único hombre que puede destrozar su reputación… He comprendido sus miedos, he sonreído ante sus drásticas e inocentes decisiones, pero, sobre todo, me he alegrado con ella cuando, ya tranquila, ha echado la vista atrás y se ha dado cuenta de que mientras huía se iba liberando de todo lo que, sin ser ella consciente hasta entonces, le hacía daño. Adoro a esa Hannah Elsevier que se queda finalmente atrapada en un olor a manzana y a miel, presa en la telaraña de «las virtudes de la naturaleza salvaje».
No digo más. Echad a corred ahora mismo y leedla ¡hacedme el favor!
NOTA: La foto es un fragmento de la portada del libro, que reproduce el cuadro «The Library» de Carel Weight. No puedo dejar de expresar mi decepción ante esas solapas de Impedimenta, en las que apenas se puede leer el texto, y que destaca, precisamente, por la calidad del resto de la edición y la magnífica selección del cuadro que la ilustra.