Todo lo que no te conté. Celeste Ng.

 

«Lydia está muerta. Pero esto aún no lo saben. 1977, 3 de mayo, seis y media de la mañana. Nadie sabe nada excepto este dato inocuo: Lydia llega tarde a desayunar. Como siempre, junto a su cuenco de cereales su madre ha dejado un lápiz recién afilado y los deberes de física de Lydia, seis problemas con pequeñas marcas color rojo. En el coche , camino del trabajo, el padre de Lydia sintoniza en el dial WXKP, «la mejor fuente de noticias del noroeste de Ohio», molesto por el chisporroteo del ruido estático. En las escaleras, el hermano de Lydia bosteza, todavía enmarañado en el tramo final del sueño que ha tenido. Y en su silla, en un rincón de la cocina, la hermana de Lydia está inclinada con ojos como platos sobre sus copos de maíz, chupándolos uno a uno hasta deshacerlos, esperando a que aparezca Lydia. Ella es la que dice, por fin:
– Hoy Lydia está tardando mucho.»
Todo lo que no te conté, de Celeste Ng.
Traducción de Laura Vidal Sanz.
Alba Editorial, 2016.

La historia empieza justamente con el párrafo que ilustra esta entrada. En él, Celeste Ng le comunica al lector el hecho central de la novela: la muerte de una adolescente, pero no solo hace eso, en unas pocas líneas nos sitúa en el tiempo y el lugar en el que ocurre esa desgracia y, lo más importante, nos presenta a la familia protagonista y nos da las primeras pistas de aquello sobre lo que quiere escribir. La madre cuidadosa de los estudios de Lydia, el hermano que alarga su sueño todo lo posible, el padre camino del trabajo, la niña pequeña en su rincón desde el que es capaz de distinguir lo realmente importante… Todo lo que no te conté empieza con una muerte, pero quien desee leer una novela negra que se vaya olvidando de esta, porque lo que impulsa la narrativa en este caso es la más profunda reflexión sobre la vida familiar que he leído últimamente.

Una zona suburbana de Ohio a finales de los años 70. Una pareja de raza mixta y sus tres hijos. El padre profesor universitario, la madre ama de casa. Lydia, heredera de los rasgos asiáticos de su padre y los ojos azules de su madre, está muerta. Tirando de ese hilo la novela hace continuos viajes en el tiempo. Solo rebuscando en el pasado podremos entender el presente. Volvemos al principio del desastre, cuando esa pareja no era mas que una alumna sin prejuicios y un profesor ansioso por ser aceptado. Se conocen, se aman, creen que su amor podrá conjugarse a la vez que sus sueños. Ella lleva siempre la iniciativa, él no se enfrentaría a las miradas de rechazo si ella no sostuviese su mano con firmeza, sin darle importancia a lo que hace, con la valentía que da la ignorancia de la juventud. Y con amor. El amor es importante en esta historia. Lo más importante. Para lo bueno y para lo malo.

Enseguida llegan las renuncias, al principio ninguna es tan significativa como para hacerles perder la esperanza, tiempo habrá de retomar sus vidas… Por fin encuentran el lugar perfecto para que su familia crezca feliz; nada más verlo, él queda prendado del lago que acabará odiando. Durante unos años, todo es perfecto, incluida esa niña destinada -cuando las renuncias crezcan hasta parecerse demasiado a una derrota- a ser el lienzo en blanco sobre el que sus padres reescribirán la historia que no vivieron. «Será aceptada», espera confiado el padre; «será respetada intelectualmente», se propone la madre con una determinación extrema.

No os puedo contar más, porque deseo que disfrutéis del camino por el que Ng guía al lector para que, sin sobresaltos, descubra los secretos de la historia apenas un instante antes de que la autora se los muestre. No os engañéis, eso es lo que Celeste Ng quiere que creamos pero es ella la que decide qué ver y cuándo hacerlo.

Todo lo que no te conté está escrita con una maestría técnica sorprendente y reconozco que, antes de quedar atrapada por la historia, lo que me hizo seguir leyendo fue precisamente eso, la precisión con la que trazaba los cimientos sobre los que se alzaría esta novela maravillosa en todos los sentidos.

«Lydia está muerta. Pero esto aún no lo saben.» Es un principio que parece conducir al desastre, cercenando cualquier posibilidad de un final feliz. Si eso os preocupa no temáis. Es cierto, Lydia está muerta, pero en el lugar más escondido -y más seguro- de esta historia, habita la esperanza.