
Este libro me llegó a través de Bookish. No había oído hablar de él, pero venía con la mejor recomendación y con el diseño siempre tan cuidado de Impedimenta. Lo que me animó a leerlo fue una de las frases de la presentación de Bookish: «Deja que las luces te guíen». Lo hice y me alegro.
La historia es sencilla, pero, como todo lo sencillo, requiere concentración. Una ruptura matrimonial obliga a una mujer, madre de una niña, a volver a imaginarse su vida. Utiliza pocas palabras, con delicadeza, y cada una está en su sitio. No ocurre nada y, sin embargo, está ocurriendo todo, en un presente que avanza con el ritmo exacto del tiempo. No es fácil ajustar la lectura al compás de la escritura. Si te apresuras estás perdido, si te impacientas te pierdes lo mejor.
La mujer escribe como se contemplan las cosas detenidas. Prestando atención al detalle esas mismas cosas se abren como si estuvieran a punto de desvelar sus secretos. Se necesita tiempo y una disposición espiritual que en cada capítulo supone una conquista en medio de distracciones y obstáculos hasta la revelación, en breves destellos de luz, de señales tan pequeñas que desaparecen al instante dejándonos con la sensación de que solo han sido soñadas.
La novela capta el momento en el que la mujer comprende que debe hacerse cargo ella sola de su propia vida. Para ello tiene que recomponer los trozos dispersos de sueños, sentimientos y sucesos que parecen desconectados entre sí. Irá descubriendo que del vacío puede surgir la paz; de la rabia, la comprensión; de la soledad, la empatía; de la lluvia, la risa; del dolor, un nuevo impulso para vivir; y de todo ello junto, un territorio de luz reconstruido en su imaginación.
A través de escenas cotidianas con su hija, el relato sugiere la complejidad de las relaciones humanas, lo extraño que resulta vivir en ese espacio de luces y sombras en el que se despliegan los sentimientos más primarios: el amor exigente cuya fuerza destructiva solo puede salvarse si aceptamos, con la ayuda de los sueños, que es tan extraño y sobrenatural como los pequeños milagros que nos brinda la realidad.
Un día la mujer se sube a un tren con la idea de ir al supermercado, pero una vez sentada deja pasar las estaciones hasta llegar a la última. Al bajar se encuentra en una ciudad con un puerto que puede verse dede el andén. Echa a andar “en sandalias y sin equipaje” hasta llegar a un parque que está sobre un terreno elevado y desde donde puede ver los barcos, entre ellos dos pequeños cruceros y
“un barco de color rosa que en ese momento se alejaba del puerto, cubierto por una especie de niebla blanca que parecía nacer de la superficie del agua y emborronaba el paisaje”
Conforme se aleja el barco, el rosa va palideciendo como si levitara “sobre un mar de calamina” hasta que la silueta se convierte en un punto diminuto y se funde “con la luz apagada del mar”.
Más tarde acude corriendo junto a su hija para contarle lo que ha visto y contagiarle su asombro.
“Te va a encantar, ya veras -le dice-. Porque… es un barco en el que deberíamos estar subidas tú y yo”.
Y así, capítulo a capítulo, mes a mes, la mujer va descubriendo quién es y dónde está, prestando atención plena al presente, observando sus sentimientos, buceando en sus sueños, hasta encontrar, desde el asombro, su territorio de luz brillando entre las cosas como una promesa del despertar.

- Título: Territorio de luz
- Autor: Yuko Tsushima
- Traductor: Tana Oshima
- Editorial: Impedimenta. Año: 2020
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