Adios a las armas Leí ‘Adiós a las armas’, de Ernest Hemingway, cuando tenía veintipocos años y no me gustó. Me pareció una novela superficial, seca y distante. Era una novela de amor y de guerra y, sin embargo, pensé, qué poco partido le saca el autor a una historia que prometía conflictos y pasiones. Ahora, muchos años después, y aprovechando la nueva edición del Círculo, con traducción de Miguel Temprano García, la he vuelto a leer y ha sido una experiencia completamente diferente. Creo que, bajo su sencilla apariencia, es una novela muy compleja y difícil de leer si uno la lee de verdad. En ella está todo y está lo que importa. Lo que pasa es que no se dice y quizá no lo veamos cuando ocurre. Como la vida misma.

Aunque el relato está narrado en primera persona, su fuerza expresiva surge del empeño en mantenerse en la superficie de las situaciones, sin apenas dar al lector información sobre los pensamientos del protagonista. Y a pesar de que la historia está contada como una rememoración del pasado, todo lo que vemos es el instante exacto en el que ocurren las cosas, sin saber nada del pasado ni del futuro. Es, por lo tanto, una superficialidad engañosa. Por ejemplo, no hay apenas descripción física de los personajes, a quienes solo conocemos por sus palabras y acciones. De esta forma, lo que cuenta Hemingway es lo que sabe sobre ellos, no lo que imagina que ellos podrían ser.

A través de un relato compuesto de acciones, descripciones de paisajes y muchos diálogos, la historia alcanza momentos de gran intensidad emocional porque, con esa técnica narrativa, Hemingway consigue arrastrar al lector hasta situarlo en el mismo centro de la soledad de unos personajes que se encuentran atrapados en una realidad hostil e inhumana.

Suprimiendo el análisis psicológico y la introspección, con un lenguaje sencillo y con escenarios repletos de cosas reconocibles, Hemingway logra que, a través del contraste entre lo que vemos y la extrañeza de la situación de fondo, sintamos la angustia existencial de los personajes. Esa misma técnica narrativa hace que los escasos momentos en los que el personaje da rienda suelta a sus pensamientos de dolor y rabia adquieran una enorme fuerza.

Por todo eso no entendí este libro cuando lo leí de joven y por eso también al leerlo ahora me ha sobrecogido. Entonces lo sufrí de forma fría, sin entenderlo, porque sentí que me quedaba en la superficie y no se me permitía entrar en la verdad del personaje. Ahora lo he entendido porque he notado cómo su terrible verdad y su dolor surgen de la propia historia y uno la siente no de una forma intelectual sino a través de las palabras. Es difícil explicarlo. Hemingway dijo que al escribir “se puede omitir todo con tal de saber lo que se omite, de modo que las partes omitidas fortalezcan el relato y hagan que el lector sienta más de lo que entiende”. Eso es exactamente lo que ocurre en ‘Adiós a las Armas’.

“Catherine compró en la ciudad lo que necesitaba para el bebé. Yo fui a boxear al gimnasio de la galería para hacer un poco de ejercicio. Normalmente iba por las mañanas y Catherine se quedaba en la cama hasta tarde. Los días de falsa primavera era muy agradable ducharse después de boxear, recorrer las calles oliendo la primavera en el aire y pararse en un café a ver pasar la gente, leer el periódico, beber un vermut y luego ir a comer con Catherine”.

APUNTE SOBRE EL AUTOR

farewell1929 Ernest Hemingway (1899-1961) fue periodista de sucesos, conductor de ambulancias en la I Guerra Mundial (como el Frederick Henry de ‘Adiós a las armas’), corresponsal de guerra, bohemio en París, cazador en África y pescador en el Caribe, se casó varias veces, le gustaba beber y las emociones fuertes de las plazas de toros. Quiso ser un hombre de acción. A menudo se le ve como el prototipo de macho violento, fanfarrón y misógino, lo que suele crear prejuicios a la hora de enfrentarse a su obra. A mí siempre me ha parecido alguien honesto y auténtico.

Hemingway escribía con la misma intensidad con la que vivió. Según cuenta George Plimpton en una famosa entrevista que le hizo y que fue recogida en el libro ‘Hablan los escritores’, cuando vivía en Cuba solía escribir a mano y de pie frente a un atril en su alcoba, todas las mañanas, desde las seis hasta el mediodía, unas 500 palabras de media, el doble si tenía previsto una jornada de pesca en la Corriente del Golfo, para no sentirse culpable, pues, para él, después de todo, lo difícil de escribir es la espera hasta el día siguiente. Aunque fuera la pura fanfarronería lo que le llevó a decir que había escrito 39 veces la última página de ‘Adiós a las armas’, lo cierto es que era muy exigente y disciplinado (se ha sabido en realidad que fueron 47). Cuando el entrevistador le pregunta qué problema técnico le hizo atascarse en ese fragmento, él contesta: “escribir las palabras correctas”.

‘Adiós a las armas’ es su tercera novela. La escribió a los 30 años. Fue publicada en 1929, el mismo año que otras dos obras que también denuncian la atrocidad de la Gran Guerra: ‘Adiós a todo eso’, de Robert Graves, y ‘Sin novedad en el frente’, de Erich Maria Remarque.

La imagen pertenece a la primera edición de ‘A Farewell to Arms’ en Scribner’s Magazine en 1929.