
Lo mejor de Jonathan Franzen es que es serio, pero llega a la mayor seriedad desde lo cómico, como su maestro Charles Dickens. En sus novelas, lo auténtico surge en el descontrol.
Esta es la impresión que me ha dejado ‘Pureza’, la que hasta ahora es su última obra de ficción. Si mostrara mucho entusiasmo no reflejaría con exactitud la experiencia de la lectura de este novelón de 700 páginas. Me ha gustado mucho a ratos, pero también he encontrado en ella obstáculos que me han impedido llegar al final con la sensación de plenitud que dejan las obras maestras.
Donna Leon creía que el éxito de una novela dependía de la capacidad de despertar el interés por unos personajes y mantenerlo página tras página.
“Para mí es importante que el lector empatice con los personajes que habitan mis novelas, o los odie, si eso es lo que exige la trama. No podemos olvidar que van a pasar con ellos mucho tiempo y de esa conexión dependerá que lea la novela o termine abandonándola. Mi trabajo está bien hecho si consigo despertar ese interés y lograr que el lector comprenda a mis protagonistas y reaccione a lo que les ocurra”
Estoy seguro de que Franzen estaría de acuerdo con ella. Algo parecido dice en un ensayo sobre Edith Wharton, otra autora a la que admira, cuando hablaba de la afinidad que debe sentir el lector por algún personaje (incluso por el autor, pero este es otro tema). Una afinidad que no significa identificación o simpatía, sino que puede derivarse de la admiración por alguien que es completamente diferente de nosotros o incluso de la fascinación por lo perverso. Este diverso origen de la afinidad aporta riqueza a sus novelas y, como él mismo reconoce, es el motor de su invención literaria:
“Si una ficción no supone para el autor una aventura que lo obliga a adentrarse en lo que le da miedo o en lo desconocido, no merece ser escrita por otra razón que no sea el dinero”.
Esta variedad de personajes es lo mejor de ‘Pureza’, en cuyo comienzo, desde la primera línea, encontramos ya la voz de uno de ellos, quizá el más extraño y fascinante de todos, el que, manteniéndose en la sombra, condiciona el destino de los demás, principalmente el de Purity Tyler.
¿Pero a qué hace referencia la pureza del título, además de al nombre de la protagonista? ¿Inocencia? ¿Ingenuidad? ¿Santidad? Todo ello está en el foco de la narración, como también la culpa como reverso de la pureza. Este es uno de los grandes temas de la novela: el dilema de la lealtad y los fantasmas de la traición. En ese entramado moral se mueven los personajes, que son observados con detalle a través de una indagación retrospectiva que hará aflorar los secretos que les ayuden a afrontar los retos en los que todos ellos están implicados. En cada capítulo un personaje se hace cargo de la narración y así se desarrolla una historia compleja en la que confluyen la vida privada de los individuos con los desafíos colectivos de nuestra sociedad en relación con asuntos muy actuales como la tecnología, el periodismo o el activismo político.
El progresivo descubrimiento de los vínculos entre los personajes, que se retuercen a veces de un modo un tanto forzado e inverosímil, marca el suspense de la historia, que se mantiene gracias a la habilidad de la narración para ir atando los cabos sueltos de manera que el lector aprecie el sentido de las acciones hasta el desenlace final.
La novela interesa por tres razones: la primera es la complejidad y fuerza de los personajes, la segunda, la profundidad moral del análisis de los comportamientos humanos, y la tercera, la reflexión sobre temas del mundo contemporáneo. De estos tres aspectos, es del primero del que se obtienen los mejores momentos, por el detalle de la descripción psicológica, llena de matices captados en pequeños gestos y largos diálogos llenos de fuerza y humor. En el segundo, la trama termina siendo algo confusa ya que al extenderse con tantos personajes y subtramas, puede que el sentido final no quede del todo claro. En cuanto al tercero, es un aliciente más ya que es la novela más política de Franzen. Política en el buen sentido, como la investigación de vidas individuales condicionadas por el contexto social y económico.
No obstante, es en esta última dimensión donde curiosamente la novela resulta menos verosímil. La verdad aparece en medio de la confusión de los personajes, en el combate personal entre la pureza y la culpa, más que en sus discursos. Iris Murdoch decía que “una novela tiene que ser una casa a la medida de los personajes libres que la habitan”. Quizá esto es lo que no termina de encajar aquí debido a que los conflictos emocionales de los personajes, sus complicaciones psicológicas, desbordan los límites de la historia en que actúan, a pesar del esfuerzo de reconstrucción histórica o la investigación sobre las implicaciones que lo social tiene en las vidas de las personas. Dicho de otra manera, los personajes son mucho más interesantes que la trama política en la que se ven envueltos.
Y en cierto modo también la complejidad de los personajes termina volviéndose en contra de la unidad de la novela. Una vez se ha despertado el interés por Purity Tyler durante las primeras cien páginas es todo un riesgo que no vuelva a aparecer durante buena parte de la historia. Es como si el autor hubiera caído en su propia trampa y, encaprichándose de cada personaje que le sale al encuentro, hubiera desatendido a quien debería ser más importante. Puede que haya querido jugar al desafío de despertar ese mismo interés no por un solo personaje sino por todos. O puede que, después de todo, en su idea sobre la afinidad haya algún defecto, y es que por encima de la afinidad del autor con sus personajes debería prevalecer la del lector con ellos. Y esto es más difícil de conseguir.
Los temas son también abundantes: lo peligrosamente cerca que está la pureza del fanatismo, o la fantasía de la locura, la relación entre el comunismo e internet, con su doble filo de esperanza y engaño, la tiranía emocional de las redes, el mesianismo manipulador y sectario de fenómenos como Wikileaks y sus líderes egocéntricos. Pero lo que hace que esta dimensión política se eleve por encima de la crónica periodística es la reflexión moral con la que se relata el destino de los personajes arrastrados por algunos de estos acontecimientos.
Y de la mezcla de estos temas con los motivos emocionales e irracionales de unos personajes que arrastran traumas y secretos inconfesables surge finalmente el descontrol.
“Ese es uno de los temas del libro, que no estamos diciendo la misma cosa que creemos decir. Yo no pienso en temas, solo escribo para divertirme. Pero, sin que mi impulso inicial sea puro fraude, sí me encuentro expresando anhelos y lamentos y sentimientos que no había previsto, y que resultan ser muy auténticos”.

- Título: Pureza
- Autor: Jonathan Franzen
- Traductor: Enrique de Hériz
- Editorial: Salamandra. Año: 2015
Fotografía del post: Berlín / Domingo Arroyas