Nos pasamos la vida esperando algo sin saber exactamente qué es. Es un sentimiento tan fuerte que incluso echamos en falta lo que nunca hemos visto. Algunos, además de esperar, salen en su busca, con una idea solo aproximada de lo que persiguen, hecha de intuiciones y fantasía. John Cyrus Bellman, el protagonista de esta novela, es uno de ellos. Tiene 35 años, acaba de perder a su mujer y siente la urgencia de emprender un viaje de varios miles de kilómetros a caballo hacia el oeste, aunque para ello tenga que abandonar a Bess, su hija de 10 años, y desoír las sensatas advertencias de su hermana.
La novela, con estilo liviano y poético, ágil por el ritmo e intenso por la selección de detalles, cuenta este descabellado viaje que Bellman planea, en una de las escenas más conmovedoras, sobre la mesa de la cocina ante el estupor de su hermana y la fascinada inquietud de su hija. En el borde izquierdo, el bote de pepinillos es la casa, el punto de partida, la chistera que se ha comprado para el viaje representa las Montañas Rocosas y la taza de café marca el recodo que hace el río Misuri antes de abrirse hacia el enorme espacio vacío que él se propone explorar.
Como en todo gran viaje, hay un impulso inicial, la idea que tenemos del mundo conocido y el deseo de abrir una puerta a los misterios de la vida, como si el propio refugio, por muy amado que sea, limitara la experiencia, y la certeza de que existe una meta en algún sitio, un reino diferente que si permanece oculto es porque debe de guardar un secreto que le dará sentido a todo. Y entre medias, lo inesperado, aquello con lo que no se contaba. Como dice Bellman, “había cosas ahí fuera con las que no había soñado”.
En capítulos muy breves se van alternando las aventuras del viajero con la vida en casa, donde su hija encara su particular viaje hacia el final de la infancia. Ese desdoblamiento del viaje es lo que de forma muy sutil da profundidad a todas las demás peripecias por el contraste entre la realidad y los sueños, como la imagen de la chistera sobre la mesa de la cocina, y tan bien captada por la ilustración de la portada del libro. Con descripciones que combinan los grandes trazos de los paisajes vacíos y de la naturaleza salvaje con la solidez de los objetos, tan humildes como esenciales, se consigue dar la sensación de paso del tiempo en la distancia, lo que permite percibir cómo cambian los personajes, sus sentimientos y las relaciones entre ellos.
La partida está llena de interrogantes. ¿Qué nos lleva a abandonar el hogar? ¿Cuánto peso tienen los sueños en la toma de decisiones? Y la meta se presenta a menudo como una puerta más detrás de la puerta que hemos abierto. Como en esta novela, lo decisivo es lo que ocurre en medio. Mientras se mantiene vivo, el deseo nos hace fuertes. Pero llegan las dudas, el desfallecimiento, la pérdida de equilibrio, el vértigo que da sentir que ya no se recuerda la razón del viaje, el dolor de pensar que se ha elegido el camino equivocado…
“Aun así, Bess pensaba a menudo en ello, en ese otro reino, y algunas mañanas daba la impresión de que aquel reino se mezclaba entre el sueño y la vigilia con las imágenes del oeste que ella tenía en su mente, los lugares a los que había ido su padre y ella imaginaba como una tierra de hierba ondulante y cielos azules y montañas distantes y escarpadas, una tierra donde las cosas que estaban muertas en Pensilvania y Kentucky allí seguían vivas”.
SOBRE LA AUTORA
Carys Davies (Gales) es autora de dos libros de relatos, que han recibido importantes premios como el ‘Frank O’Connor’. ‘Oeste’ es su primera novela y lo único que se ha publicado en español hasta ahora (en Destino, con traducción de Lorenzo Luengo), aunque se puede encontrar algún relato traducido en revistas digitales. Entre sus referencias se ha mencionado a Steinbeck por su estilo realista y poético, la importancia del paisaje y por la complejidad moral de sus historias.
La fotografía es de Jonathan Bean.