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Las emociones, en efecto, no siguen un orden fijo. Antes bien, y al igual que las partículas del éter, prefieren revolotear con libertad y flotar eternamente trémulas y cambiantes.

Confesiones de una máscara. Yukio Mishima.

Reconozco que su eterna candidatura al Nobel de Literatura y el fenómeno fan que se generó a su alrededor, casi desde el principio, ha hecho que siempre haya leído a Murakami con cierto prejuicio. Sucede, además, que por motivos que desconozco, la sensibilidad de los autores japoneses que he leído hasta ahora y la mía coinciden en muchos aspectos. Como Murakami no se parece a ninguno de ellos, la sensación de que me dan gato por liebre suele asaltarme cuando lo leo.

Algunos estudiosos de la literatura japonesa coinciden – entre ellos y conmigo- en que el estilo de Murakami se distancia, tanto por su estructura sintáctica como por su vocabulario, del resto de literatos nipones y él mismo afirma que dicho distanciamiento es voluntario y está realizado con la intención de facilitar la traducción de su obra, para que sea leída en otras lenguas sin dificultad. No seré yo quien ponga pegas al legítimo deseo de tener el máximo de lectores posible, pero tal vez en ese camino haya perdido frescura y por ello su estilo me parezca un poco, cómo os lo diría yo, artificial.

Pero todo lo que he dicho antes no impide que me pase como a la de la canción “no debía de quererte, no debía de quererte y sin embargo… ¡te quiero!”. Y es que un autor es mucho más que un estilo, un escritor también es un imaginario, una manera de seleccionar los temas a los que enfrentarse y en definitiva, una forma de ver y mostrar el mundo que le rodea.

Murakami tal vez no se merezca el Nobel, pero leo “Tokio Blues” y –aunque en menor medida que cuando leí “Al sur de la frontera, al oeste del sol”- pienso que tiene algo especial, tal vez esa manera tan suya de expresar la melancolía, que hará que me alegre si finalmente se lo dan.

La novela, según yo la entiendo, es una especie de cartografía emocional de un mundo posmoderno en la que, aparentemente, se aborda el eterno y manido tema del paso de la adolescencia a la madurez por parte del, también aparentemente, principal protagonista.

En mi opinión, Tokio Blues es, sobre todo, una novela realista, que sitúa su acción durante los años 60-70 del siglo pasado –años, no lo olvidemos de profundos cambios sociales y culturales a nivel mundial-. El argumento está narrado en primera persona por Toru Watanabe, uno de los protagonistas, y toma como punto de partida los recuerdos de su época juvenil, que regresan a su memoria al escuchar, en un aeropuerto alemán, “Norwegian Wood”, una conocida canción de los Beatles –en realidad “Norwegian Wood” es el título original de la novela, que en mi opinión, tiene mucho más sentido que Tokio Blues, porque la ciudad no es determinante en la historia, mientras que la canción sí que lo es-.

En una caja de galletas hay muchas clases distintas de galletas. Algunas te gustan y otras no. Al principio te comes las que te gustan y al final sólo quedan las que no te gustan. Pues yo cuando lo estoy pasando mal, siempre pienso: Tengo que acabar con esto cuando antes y ya vendrán tiempos mejores. Porque la vida es como una caja de galletas.
Tokio Blues, H. Murakami.

Antes he dicho que el narrador era “aparentemente” el principal protagonista y lo siento así porque en realidad el protagonismo descansa casi por completo en los personajes femeninos y ese es uno de sus valores más importantes: la forma en la que Murakami establece un narrador que se implica en la historia pero que no determina lo que en ella sucede, sino que está al servicio de lo que el resto de personajes hacen que ocurra. El narrador, Watanabe, tiene en Tokio Blues una actitud de espectador testimonial, en el sentido de que relata lo que les ocurrió, lo que le contaron, lo que hicieron ellas, las auténticas protagonistas, y, en última instancia, lo que él aprendió de la contemplación de los hechos y de la interacción con los personajes femeninos.

La trama es fluida y coherente, Murakami dibuja muy bien las emociones de unos jóvenes atenazados por el miedo a la madurez, por las ausencias familiares y por la propia incapacidad de comunicarse más allá de los gestos formales, y a pesar de todo, empeñados en encontrar su lugar en un mundo que intuyen será muy distinto al de sus padres.

Pero, si una novela donde los protagonistas son adolescentes en su paso a la madurez, no trata precisamente de eso ¿de qué trata? Pues debo reconocer que yo, mientras la leía, vi como hilos conductores del relato, dos de los aspectos más íntimos del ser humano: el sexo como vía de comunicación alternativa a la palabra –tan difícil a veces- y la muerte –en este caso el suicidio-, entendida como la única posibilidad de escapar de la dolorosa sensación de soledad.

El sexo representa la forma como los personajes se entregan y el suicidio la expresión extrema de la huída. La sexualidad es nuestra envoltura más permeable a los otros, mientras que el suicidio nos hace impermeables a las necesidades, voluntad o influencia de todo lo que nos rodea, incluyendo en ese todo a los que más nos aman.

Apoyándose en esos extremos enfrentados, Murakami parece pretender que el lector reflexione sobre la vida, a través de las figuras altamente simbólicas –por lo que tienen de complementarias sus personalidades- de las cuatro mujeres que protagonizan Tokio Blues: Naoko, Midori, Reiko y Hatsumi, citadas por orden de la importancia que tienen en la vida de Watanabe. Estas mujeres entienden la sexualidad de formas muy distintas: como un abandono, como una mentira, como el reflejo de otro, como una renuncia… pero en definitiva, siempre la presentan como una imagen especular de la muerte, que representa a su vez la imposibilidad de la comunicación con otro ser vivo. Y ese enfrentamiento es extraño, porque la narrativa moderna suele utilizar la dicotomía sexo-amor, mientras que en Tokio Blues el amor es únicamente una ilusión que queda al margen del proceso trágico de autodestrucción consciente en el que se ven inmersos la mayoría de los protagonistas de la novela.

Los personajes masculinos son escasos, pero interesantes. Kizuki, Nagasawa y Watanabe sirven para mostrar al lector tres maneras distintas de afrontar la madurez. Ahí sí que la novela adquiere tintes de obra de tránsito vivencial y la postura queda clara: es mejor vivir ese momento de forma liviana, la intensidad conduce a la tragedia cuando se está atravesando una época de cambio –y, por tanto, de miedo y duda-.

A pesar de que doy por supuesto que la mayoría de vosotros habréis leído ya la novela, prefiero respetar el argumento para aquellos que todavía no lo hayáis hecho. Sin embargo, creo que, como cualquier obra de ficción, hay que abordarla teniendo en cuenta el año en el que se escribió (1986). Atacar ahora a Murakami porque su novela tenga aspectos que podrían tacharse de machistas o por cómo su visión de la homosexualidad se aferra demasiado a estereotipos caducos, no sería justo, aunque visto desde la perspectiva occidental actual, pueda verse algo de todo eso.

Leía mucho, lo que no quiere decir que leyera muchos libros. Más bien prefería releer las obras que me habían gustado. (…) Así pues, no tenía este punto en común con los demás, y leía mis libros a solas y en silencio. Los releía y cerraba los ojos y me llenaban de su aroma. Sólo aspirando la fragancia de un libro, tocando sus páginas, me sentía feliz.

Tokio Blues. H. Murakami.

No me gustaría acabar esta reseña sin nombrar algunos de los títulos que aparecen como referencia en la novela y que pertenecen a autores admirados –y en algunos casos traducidos- por Murakami: El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, El centauro de John Updike, La montaña mágica de Thomas Mann y Bajo las ruedas de Hermann Hesse. Solo por la calidad de sus autores de cabecera, vale la pena hacer el esfuerzo de entender la obra de Murakami.

EL AUTOR

Murakami

Haruki Murakami nació en 1949 en Kioto, pero vivió la mayor parte de su juventud en Kōbe. Su padre era hijo de un sacerdote budista. Su madre, hija de un comerciante de Osaka. Ambos enseñaban literatura japonesa y él asimismo estudió literatura y teatro, esta vez griegos, en la Universidad de Waseda (Soudai). Su primer trabajo fue en una tienda de discos (al igual que Toru Watanabe, el narrador de Norwegian Wood). Antes de terminar sus estudios, Murakami abrió el bar de jazz «Peter Cat» (‘El Gato Pedro’) en Tokio, que funcionó entre 1974 y 1982. Estamos ante un escritor melómano, en cuya obra la presencia de la música es  muy importante para determinar el ambiente.

A nivel literario, considera sus maestros a algunos de los escritores a los que ha traducido, como F. Scott Fitzgerald, Raymond Carver o John Irving. Y esa manifiesta admiración por autores a los que yo también admiro, fue lo que en un principio me hizo sentir curiosidad por leer su obra. Vale la pena.

Norwegian Wood

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Fotografía: Aokigahara forest. Nokokomo.