
‘Némesis’ ocurre en el barrio de Newark, New Jersey, cuando en el verano de 1944 se desata una epidemia de polio, un virus que atacó principalmente a los niños. Su protagonista es Bucky Cantor, un joven profesor de gimnasia que, al frente de una escuela de verano, se enfrenta a los terribles estragos de la epidemia con una mezcla de serenidad y rabia, pero, sobre todo, con disciplina, espíritu solidario y un implacable sentido del deber, sin fisuras, como un héroe trágico.
El alarmante aumento de víctimas entre sus alumnos pone a prueba su sentido de la solidaridad mientras en la comunidad va cundiendo el desánimo y la rabia, que poco a poco se transforman en sentimientos de ira y rencor. La búsqueda ciega de responsables y chivos expiatorios deja al descubierto la desorientación de una sociedad que, abrumada por el miedo y la confusión, ha perdido su sustento moral.
También se pondrá a prueba la integridad moral de Cantor al verse enfrentado al dilema de elegir entre el sacrificio o la felicidad personal cuando le ofrecen un puesto de trabajo lejos del foco de la epidemia al precio de abandonar a sus alumnos. Cantor se plantea el sentido de la existencia de Dios, a quien hace responsable de la muerte cruel y gratuita de tantos inocentes.
“¿No tiene Dios conciencia? ¿Dónde está Su responsabilidad? ¿O es que no conoce límites?”
Una belleza extraña y perturbadora surge en el contraste entre la ligereza de la escritura, la precisión de su estilo, la exacta delicadeza en la descripción de la superficie de la vida, y el trasfondo trágico y desesperanzado que poco a poco se va hinchando hasta desafiar esa misma felicidad de la escritura. Este contraste llena de tensión cada línea de una historia que avanza con la indiferencia de la vida cuando es vista desde el futuro. Además, la elección del narrador refuerza, con su perspectiva distanciada y a la vez compasiva con su personaje, el tono trágico de un relato sin esperanza. El narrador es un alumno que se reencuentra con su profesor años después de la epidemia. En las dos primeras partes de la novela, cuenta la historia de Bucky Cantor como si hubiera tenido acceso a sus pensamientos más íntimos pero sin revelar su identidad hasta el desenlace. Es al final cuando, a falta de respuestas, la voz del testigo restablece la única posible verdad que le está vedada a su protagonista: la aceptación de la fragilidad del ser humano. Mientras el profesor le relata su infortunio consumido por la amargura y aplastado por el sentimiento de culpa, en la más extrema soledad de la desesperanza, el alumno rescata el pequeño tesoro que, incluso ante el silencio de Dios, permanece inmortal: el legado que dejó a sus pupilos cuando al mostrarles cómo se lanza una jabalina vislumbraron un instante de armonía y belleza perfecta. Una ligera sencillez que, como la escritura de Roth, muestra lo que las palabras no alcanzan a decir.
Como en otras obras que utilizan epidemias como alegoría, hay un mal universal que acecha más allá de la enfermedad en sí. También en esta novela la catástrofe y el absurdo de la guerra mundial que se libraba en Europa y el Pacífico planean sobre los sentimientos de los personajes. Sin embargo, aquí también se descubre que, detrás del sinsentido del sufrimiento, hay algo más, y aunque los seres que lo padecen no lleguen a comprenderlo, contar sus historias sí nos acerca a algún tipo de comprensión.
En la parte final, cuando se impone la voz del narrador en su intento de comprender a su protagonista, la novela adquiere entre líneas la complejidad trágica que sugiere su título. Con los dos personajes, narrador y protagonista, se confrontan dos formas de entender la vida, el mundo y el destino. Mientras el narrador, desde su mentalidad atea, le exhorta a aceptar el destino sin buscar los últimos porqués, el empeño de Bucky Cantor en resistir ante la tentación de la ausencia de sentido nos permite comprender una actitud que en apariencia puede resultar extrema e inútil.
Su amargura es justa porque acepta su culpa ante un castigo cósmico que parece imponerse por azar como una maligna fatalidad. Con su terco inmovilismo, él se echa sobre sus espaldas el vacío del universo y desafía el silencio de Dios. Su resignación, sostenida en una antigua concepción de lo trágico, es una forma de resistencia contra la injusticia y el absurdo del destino. Como un héroe de los remordimientos, su negativa a aceptar el azar ciego es su forma de dar sentido a la vida. Más allá de la cobardía y la traición, lo que conformará su ser será su condena, pero también la explicación de su caída.
Con él, las grandes preguntas quedan en el aire y de esta forma se mantiene entreabierta la posibilidad, aunque sea remota, de un porqué. Y gracias al relato del narrador, obtenemos una frágil y hermosa respuesta: la fugaz armonía de su cuerpo cuando se tiraba al lago desde el trampolín o de la línea trazada en el aire por la jabalina cuando el profesor de gimnasia la lanzaba para enseñar a sus alumnos. Al terminar sentimos que no necesitamos saber mucho más.

- Título: Némesis
- Autor: Philip Roth (Newark, 1933-2018)
- Traductor: Jordi Fibla
- Editorial: Mondadori. Año: 2011
Imagen: The Spear Thrower, Paul Manship, 1921