“La música blanca es una música extraña. A veces te desconcierta: se ejecuta suavemente y se baila lentamente. Cuando la ejecutan bien es como oír el silencio, y a los que la bailan estupendamente se les mira y permanecen inmóviles. La música blanca es algo rematadamente difícil».Alessandro Baricco.
Antes de Semana Santa, recibí un mensaje de Enrique:»¡Deja lo que estés haciendo y lee este libro!». Lo acompañaba una foto de la portada de Música Blanca de Carmen Cerezales Laforet. No le hice caso hasta la semana pasada. Tengo la mesilla llena de novelas empezadas que no he sido capaz de terminar y, cuando lo he hecho, como en el caso de Los papeles de Aspern de Henry James, me ha costado horrores llegar al punto final y he acabado sintiéndome mal por no haber aprovechado casi nada de lo que podría haber aprendido al leerlas. Pero un mail enviado desde FNAC, me recordó que tenía un vale de descuento de 5 euros a punto de caducar y pensé en la sugerencia de Enrique. Por supuesto, el libro no estaba en unas estanterías atiborradas de novedades (Sant Jordi se acerca y empieza a dar miedo acercarse a una librería en Barcelona), pero mi librero pelirrojo lo encargó para mí. «La edición de bolsillo la podemos tener en 48 horas, la otra lo dudo… vendimos la última en 2011», pedí la de bolsillo y debo decir que no es una de esas ediciones con letra diminuta y papel áspero, que tanto me desesperan. La tapa es tan suave que da gusto acariciarla cuando la saco del bolso para leer en el autobús.
Duermo mucho estos días, con el sueño atrasado de demasiados meses, en los que cinco horas seguidas de descanso en la noche ya eran un triunfo. Eso también me ha impedido leer. Eso y el no encontrar la historia que me sacase de mi obsesión por seguir hacia adelante (o hacia donde sea que vamos cuando lo único que intentamos es mantenernos erguidos y que el viento de la vida no nos venza). Hay pocas novelas que consigan liberarnos del ensimismamiento. Esta ni siquiera lo es. Tampoco es una biografía. Si a algo se parece es más a una carta de amor que a cualquier otra cosa. Pero ha obrado el milagro y aquí estoy, otra vez, recomendando un libro como el que hace un regalo.
“Se lo repites muchas veces: Nunca, nunca te olvidaré. Luego le hablas al oído y le cuentas lo que piensas que ella quiere oír y le dices que todo está cumplido, que ha cerrado el ciclo de vida con toda limpieza, que sus hijos están a salvo, que nadie ha quedado atrapado en el círculo de angustia y que todo ha sido sublimado por ella»
Lo más curioso es que, aunque admiro infinitamente a la escritora, Carmen Laforet, como persona, no me caía ni medio bien desde que hojeé (y ojeé también, ese fue mi pecado) Carmen Laforet. Una mujer en fuga, una biografía de Carmen Laforet que al parecer es fiel a lo que fueron los hechos de su vida, y que deseché porque temí descubrir que la autora de una de mis novelas favoritas había sido una farsante. Y es que las biografías de los artistas deberían estar prohibidas por ley, pero… El caso es que Cristina Cerezales ha conseguido que vuelva a conectar con la figura de su madre. Con su curiosidad infinita, con su sensibilidad alerta, con su huída desde dentro. Con el profundo amor a sus hijos, por los que se sacrifica, aunque como su sacrificio no es completo, para la sociedad no cuente. Empecé la lectura siendo admiradora de la madre y la acabé rendida ante al hija, capaz de hilvanar una historia con las mimbres de algo tan etéreo como los recuerdos imaginados. Es la hija solícita la que imagina, que no inventa, lo que su madre le dice sin palabras. Cada gesto, el más leve guiño, un pequeño fruncido en el entrecejo de Carmen Laforet, lo interpreta Cristina Cerezales no como una señal del ahora, sino como el destello de un ayer que ansía saque a su madre de la prisión sin memoria en la que vive.
Pero de esa cárcel, Carmen Laforet, no llegará a salir más que con la muerte. Yo creo que su hija lo sabía, no podía ser tan ingenua como para creer otra cosa, pero también creo que de la esperanza hay que desprenderse poco a poco, porque hacerlo de golpe duele demasiado.
De eso va la historia. Cristina Cerezales Laforet, hija de Carmen Laforet, ha escrito una biografía sensitiva y moral de su madre, contada a través de lo que cualquier biografía al uso eliminaría por secundario. Pero es en los detalles en lo que nos delatamos las personas. A los hechos importantes pocas veces llegamos por voluntad propia, suelen ser las circunstancias las que nos empujan, por eso no sirven para definirnos como personas. Es lo otro lo que habla por nosotros: el gesto hecho con ligereza, la conversación trivial, la manera golosa con la que cogemos un dulce, la acritud con la que reaccionamos ante la condescendencia ajena o el dolor que mostramos ante el sacrificio de los que amamos.
El libro es una maravillosa observación y análisis de esos gestos solo insinuados. Pero no es solo eso, es un texto con una estructura narrativa compleja en la que, poco a poco, el lector va aprendiendo a distinguir las diferentes voces: la de la madre, la hija, las de las nietas… Incluso me atrevo a decir que el lector acaba distinguiendo cuando habla la Laforet, la Nonna o simplemente Carmen. Porque nadie está hecho de una única esencia, excepto, tal vez, al final, cuando todo nuestro ser se reúne para irse.
Decía Natalia Ginzburn que la memoria es amorosa y nunca es casual. Yo no sé si eso es siempre cierto, pero en este caso os puedo asegurar que se cumple el precepto a rajatabla. En Música blanca vemos a una muchacha valerosa, deslizarse entre las sombras que pueblan su mundo de mujer anciana y enferma de la peor de las enfermedades que puede padecer un escritor: el silencio de la memoria. Un silencio que no es olvido voluntario. Un silencio que su hija quiso creer -y ojalá fuese así-, que era esa música blanca de la que habló Baricco.
¡Dejad lo que estéis haciendo y leed ese libro! Por favor.
¡Feliz domingo, socios!
Enlaces de interés:
Presencia ausente. Conferencia de Cristina Cerezales Laforet en la Universidad Complutense de Madrid.
Página web oficial de Carmen Laforet.
Cada vez me importan menos los “hechos importantes” como referencia y cada vez me gustan más las personas que se definen por “lo secundario”.
Mi subrayado especial en “Porque nadie está hecho de una única esencia, excepto, tal vez, al final, cuando todo nuestro ser se reúne para irse”. Y me inclino a pensar que podríamos “categorizar” a las personas con las que nos relacionamos por esas diferentes esencias que nos estimulan a liberar, incluidas las no tan buenas.
Su madre fue una de mis compañías de juventud y con esta reseña es como para no dudarlo. Guante recogido 🙂
Hola Isabel. Me alegra que hayas decidido leer el libro ¡no te defraudará!
En realidad, a todos nos definen los detalles, pero solo algunos se fijan en ellos. La mayoría se queda con el trazo grueso, con el estereotipo al que mejor nos adaptamos, en su imaginación o en la nuestra -porque también fingimos ¡cualquiera se presenta sin armadura en algunos ambientes!-. Supongo que es una cuestión de sensibilidades… como todo… y sospecho que tú tienes la perfecta para escuchar esa Música blanca de la que hablaba Baricco.
Un abrazo y ¡buena lectura!