Tras la muerte de mi madre, leer se ha vuelto más difícil, a pesar de que el confinamiento me ha dejado tiempo más que sobrado para hacerlo, hasta que hace un par de semanas volví al trabajo. Sin embargo es ahora, con menos horas para dedicarle, cuando he regresado a lo único que nunca me falla, la lectura. Nada me ha dado lo que necesitaba, cuando lo necesitaba, con tanta perseverancia, la lectura jamás me ha fallado, siempre he sido yo la culpable de nuestros escasos distanciamientos, porque el escritor solo puede llevarte de la mano, sostenerte, si es muy bueno, pero al final eres tú quien debe levantar un pie tras otro del suelo y lanzarse a caminar por la ruta de la ficción -que no de la mentira, hay mucha verdad en una novela, por eso algunas perduran en el tiempo-.

Una vez decidida a encontrar la curación en el lugar donde guardo las medicinas, la biblioteca, había que tomar la decisión más trascendente, ¿qué leer? No todos los remedios sirven para todo y utilizar el medicamento equivocado puede hacer más mal que bien. Entonces recordé la herida. Me faltaba mi madre y había sido algo repentino, apenas cuatro horas fuera de casa y el forzoso encierro lo volvió todo un espejismo, hasta el punto de que antes de que pusiesen en la televisión su concurso preferido, me sorprendía pensando en que no la había llamado para desearle buenas noches… sin embargo ya no había a quién llamar.

¿Qué me consolaba entonces? Pensar -soñar, sentir, obstinarme en creer- que estaba con mi padre. Desde que empezó el confinamiento he salido al balcón de casa a tomar el sol diez minutos cada día y en ese tiempo he recreado mi infancia. Así fue como se me ocurrió la idea de empezar por el principio.

Leí Mujercitas en una edición ilustrada de Editorial Molino, que me trajo mi padre una tarde, estando yo convaleciente del sarampión. El médico había autorizado a mi madre a quitar la pantalla roja que cubría las bombillas de mi habitación y podía volver a leer. Imaginé que mi padre aparecería con un montón de tebeos, pero no fue así, traía un paquete envuelto en papel de seda y dentro un libro sobre unas niñas que vivían muy lejos y a las que sentí muy cerca.

No conozco ninguna novela que creará tantas lectoras como Mujercitas, ni ningún personaje en el que se fundamenten tantas vocaciones escritoras como Jo March, que obviamente era mi preferida (lo ha sido también ahora, al releer la novela, esta vez en una preciosa edición sin censura previa). Con Jo descubrimos muchas niñas de entonces que se podía ser extrovertida y obtener el mayor placer en una actividad tan solitaria como la lectura. También que una chica mordaz e imaginativa podía pasarse horas sentada escribiendo ¡y esperar vivir de ello! Pero sobre todo, lo que nos enseñó Jo y durante muchos años todo el mundo negaría, es que un chico y una chica podían ser amigos. Los más fieles, los mejores, los que se entienden con solo mirarse, los que ayudan antes de que el otro sepa siquiera que te necesita. Sí, Louise May Alcott, que nunca disimuló su predilección por el personaje de Jo, quiso que ella y Laurie fuesen amigos y ese fue un gesto valiente, porque nos costó perdonarla…

–Podrías tener el dinero que quisieras sin tantos sacrificios…

–¿Cómo? ¿Casándome con un rico heredero como tú? ¡No soy de esas!

–Perdóname, no quería ofenderte.

–No, si no me ofendes. Sólo que yo prefiero ganar mi propio dinero, con mi esfuerzo… Además, pienso que cada uno tiene su misión en la vida y que la mía no es otra que escribir. ¡No me interesa nada más! (Mujercitas).

Esta vez no quiero recomendar una primera lectura -a menos que esto esté siendo leído por alguna niña de menos de 13 años-, sino una relectura para todas aquellas que la leísteis en su día, censurada, que es como llegó a España desde Estados Unidos, porque para ellos también era una novela peligrosa en aquellos momentos, y aún así consiguió lectoras devotas en todo el mundo.

Pero hubo un libro en que creí reconocer mi rostro y mi destino. Mujercitas de Louisa Alcott. Las chicas March eran protestantes, su padre era un pastor y su madre les había dado como libro de cabecera, no La imitación de Cristo, sino The pilgrim’s grogress*, ese retroceso subrayaba aún más los rasgos que teníamos en común. (Memorias de una joven formal, de Simone de Beauvoir)

Releedla porque mantiene intacta su frescura, porque os volveréis a sentir como la niña que fuisteis y os ayudará a sanar vuestras heridas, como ha hecho conmigo. Mujercitas os hará recordar la felicidad vivida, que nadie podrá arrebataros porque está a salvo, en el territorio del pasado… pero sobre todo, releer Mujercitas si necesitáis recordar en quién os queríais convertir, todavía estáis a tiempo, basta con que retrocedáis, para tomar impulso apoyándoos en algo tan firme, tan sólido, tan indestructible, como son los sueños de la infancia.

(*) Boletín literario que las hermanas March confeccionan a imitación de los “Papeles póstumos” de Charles Dickens.

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 LA EDICIÓN

Lumen publicó en 2004, por primera vez en España, la versión íntegra de “Mujercitas”. En 1880, poco antes de morir la autora, sus editores suprimieron 6 capítulos enteros, eliminando todo lo que creyeron que nI le gustaría al público femenino, ni a la industria editorial de la época. Las versiones traducidas a partir de ese momento, lo fueron de la obra ya censurada, con lo cual la versión de Lumen, que es la que compré con toda la ilusión del mundo cuando apareció, es la que os recomiendo.

Incluye las ilustraciones que Frank T. Merrill dibujó para la edición de 1868, así como un prólogo de Gloria Méndez.

La obra está dividida en dos partes, la segunda de las cuales corresponde al libro que se publicó en España bajo el título «Aquellas mujercitas» y que es continuación del primero.

  • Título: Mujercitas
  • Autor: Louisa May Alcott
  • Traductor: Gloria Méndez
  • Editorial: Lumen. Año: 2004