Quizá fuera la oscuridad con sólo la pálida grieta de luz que entraba por una rendija de la puerta, con la constelación del magnífico edificio Chrysler al otro lado lo que nos permitía hablar como nunca habíamos hablado antes.
– La gente -dije.
– La gente -dijo mi madre.
¡Ah, qué feliz me sentía! Estaba feliz hablando así con mi madre.
Me llamo Lucy Barton. Elizabeth Strout.
Soy consciente del tiempo que hace que no aparezco por aquí, pero eso no significa que no actúe entre bambalinas. En realidad es ahí donde trabajo sin descanso desde hace un tiempo. Aunque la mayoría de vosotros no lo hayáis notado, ando poniendo orden en el blog, como se pone en las casas cada cierto tiempo, pero eso, poner orden, no es fácil porque no solo significa cambiar las cosas de lugar, también hay que desprenderse de todo aquello que en su día amó la persona que fuimos pero que poco o nada tiene que ver ya con la persona que ahora somos. Es decir, que he borrado muchas de las entradas que escribí hace casi 11 años, cuando esto no era más que un proyecto de clase – imprescindible para aprobar la asignatura- y bastantes de las que escribí después, cuando se convirtió en un experimento de escritura falsamente autobiográfica -que fue esencial para que mantener el equilibrio en la otra biografía. la auténtica. Salvando las distancias, ese fue el estilo narrativo escogido por Elizabeth Strout para escribir la magnífica y recomendable «Me llamo Lucy Barton».
Lo primero que leí de esa novela fue una crítica demoledora. No exagero, quien la escribió la llamaba literalmente «basura» y se mostraba faltón y condescendiente con todo aquel que hablaba bien de ella. Esto último es algo que no puedo soportar. Si una novela no te gusta ¡deja de leerla inmediatamente! ¿Para qué malgastar el tiempo con algo que no se lo merece habiendo tantos libros esperando ser leídos? ¿Para qué darle publicidad a alguien que escribe «basura» en vez de hablar de grandes escritores desconocidos? Entonces exploré por la red y me topé con un montón de críticas positivas y allá que me fui con la intención de comprarla. Le pregunté a mi librero pelirrojo si la había leído, «es una novela intimista maravillosa, te gustará». Y aquí estoy, dispuesta a hablar de ella.
Una mujer que ha intentado distanciarse de una infancia vivida entre miseria, malos tratos y la permanente sensación de que debía avergonzarse de ser quien era; alguien, como digo, que ha conseguido reinventarse a sí misma, salir de aquel horror gracias a su voluntad y a sus habilidades como escritora y que solo siente hacia sus padres y hermanos rencor y desapego, cae enferma y es ingresada en una clínica privada que apenas puede pagar.
“Creo conocer muy bien el dolor que de niños apretamos contra el pecho, que dura toda la vida, con una nostalgia tan profunda que ni siquiera eres capaz de llorar. Lo agarramos con fuerza, sí, con cada latido del corazón convulso: esto es mío, esto es mío, esto es mío.”
En el exterior deja sus triunfos: su marido, sus dos hijas pequeñas, sus amigos, su vecino Jeremy y todo aquello que representa su vida en Nueva York. Recibe pocas visitas. La ciudad sin embargo, permanece en esa habitación completamente blanca desde la que puede ver el edificio Chrysler. Y el perfil de ese edificio y las visitas cortas y utilitarias del personal del hospital con su única compañía hasta que su madre acude para cuidar de ella.
Tras el primer momento de asombro, llega la conversación interminable. Cinco días con sus noches en las que Lucy, que creía tenerlo todo, descubre su fragilidad, entiende que para ser fuerte necesita escuchar sin juzgar, intentar comprender y aceptar quien es.
No os digo más, excepto que la novela está escrita desde el recuerdo. Ha pasado mucho tiempo desde aquel ingreso hospitalario y quien nos lo cuenta ya es, por fin, la auténtica Lucy Barton.
No puedo decir que hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto leyendo una novela porque acababa de leer «Hace cuarenta años» de Maria Van Rysselberghe -por recomendación de Enrique y ahora también mía: leedla, por favor-, pero sí que puedo confesar que la novela de Strout pertenece al tipo de novelas con las que más disfruto: las que no me lo dicen todo, las que no opinan en mi nombre, las que, en definitiva, me cuentan una historia como si fuese un secreto y me dejan a mí la decisión de amar o no a los personajes.
Hablando de amor… me doy cuenta de que todavía no había mencionado lo más importante: «Me llamo Lucy Barton» va de eso, del gran amor que resiste el paso del tiempo y de la vida: del amor inevitable entre dos personas unidas por un hilo de plata.
Y eso es todo por hoy. Os dejo para seguir poniendo orden, ya os iré contando…