
Otoño, acuarela. Irene Arroyas
Julio Cortázar exige lectores cómplices, como él mismo buscaba en su ‘Rayuela’. No se puede entrar en sus obras y dejarse llevar a ver qué ocurre. Puede que así no se llegue nunca a entrar en su mundo. No es una literatura fácil, a pesar de su enorme popularidad. Me gustaría saber si los jóvenes de hoy conectan con sus historias y, sobre todo, con su forma de contarlas.
‘Los premios’ es su primera novela (la segunda si contamos ‘El examen’, que guardó en un cajón) y la más asequible por la sencillez de su trama y la transparencia de su estilo. La novela reúne en un barco que zarpa de Buenos Aires a un puñado de personas que han sido premiadas en un juego de azar con un viaje transatlántico. Pronto descubrirán que algo no va bien y el viaje se verá envuelto en extraños acontecimientos, el primero de los cuales es la prohibición que se les ha impuesto de no cruzar a la zona de popa debido a una epidemia de tifus. Pero este misterio solo es el desencadenante de lo que de verdad importa en la novela: los comportamientos y los sentimientos de los personajes, que presionados por las circunstancias se sentirán expuestos ante los demás en la isla de tiempo de un viaje que va adquiriendo tintes de sueño o pesadilla.
Me gusta de Cortázar el sentido del humor de sus personajes y el melancólico escepticismo que les da el descubrir demasiado tarde que han nacido para ser felices. En ‘Los premios’ hay unos cuantos así: inseguros, desencantados, viejos prematuros, bastante perdidos en la vida. Su desajuste con el tiempo provoca que la experiencia, lejos de darles certezas, los haga más vulnerables. “Creo que he llegado al límite donde las cosas más tangibles empiezan a perder sentido, a desdibujarse, a ceder…”, dice uno de ellos.
Cortázar consigue en esta novela mantener el difícil equilibrio entre su sentido del juego, la conciencia del artificio literario y la absoluta seriedad de sus propósitos gracias a su confianza en la fabulación y su capacidad para crear personajes y hacer que actúen por sí mismos. Abandonados al azar de un barco sin rumbo, los personajes, con largas conversaciones nocturnas en los espacios cerrados de los camarotes o el bar o bajo las estrellas en cubierta, van estableciendo el tipo de relaciones propias de esos viajes proclives a algún tipo de transfiguración. Y más allá del azar, cunde entre ellos la sospecha de que, enfrentados a las puertas herméticas que conducen a popa, el viaje obedece a una ruta invisible que dibuja las figuras mágicas de su existencia, algo todavía indescifrable para ellos, por encima de la insignificancia de lo que alcanzan a comprender.
“Sólo una visión poética puede abarcar el sentido de las figuras que escriben los ángeles”, dice Persio, el personaje cuyos extraños soliloquios se intercalan en la narración como un contrapunto visionario de una historia que, como siempre en Cortázar, conduce hacia el otro lado de la realidad, donde sospechamos que uno mismo se encontraría más feliz o, al menos, en contacto más directo con la existencia.
Lo inesperado y lo irracional asaltan al lector, como en todas las obras de Cortázar, donde la realidad cotidiana esconde lugares recónditos que buscamos sin saberlo, cuando, atrapados en una señal que nos hipnotiza, nos vemos arrastrados por fuerzas sin explicación lógica. Y el lector, que recibe indirectamente el influjo de esas fuerzas, acompaña al narrador a través de los pasadizos que conducen a popa, obstaculizados una y otra vez por puertas blindadas.
En el laberinto del barco, los personajes de Cortázar buscan esos pasajes, extraños recorridos de un mapa imaginario, trazados por el azar y los deseos inconscientes, que vuelven la vida del revés. Persio les muestra en las constelaciones las figuras que son respuestas a su búsqueda constante de no sabemos qué. Durante un viaje que se convierte en símbolo del propio viaje interior de los personajes, cada uno de ellos, gracias a la irrupción de lo desconocido, traspasará finalmente las puertas de la popa para encontrar una revelación angustiosa, una verdad irrechazable… cada uno algo diferente, pero todos tendrán la certeza, a la vuelta, de que han entrevisto una realidad detrás de la realidad.
De esta forma, a través de lo fantástico, las historias de Cortázar expanden nuestra visión, enriquecen nuestra experiencia, con el peligro que eso conlleva para nuestras certezas o creencias. ‘Los premios’ consigue lo que el escritor argentino quería para sus lectores cómplices:
“sacarnos por un momento de nuestras casillas habituales y mostrarnos, aunque solo sea a través de otro, que quizás las cosas no finalicen en el punto en que nuestros hábitos mentales presuponen”.
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‘Los premios’, en una edición de los años 70.
Actualmente existe una edición de Debolsillo, que reúne la primera novela que escribió Cortázar, ‘El examen’, junto a ‘Divertimento’, ‘El diario de Andrés Fava’ y ‘Los premios’.
Las citas de la novela que aparecen en esta reseña son de la edición de las obras completas de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2003.
La última cita procede de ‘Obra crítica 3’, de Julio Cortázar, publicada por Alfaguara en 1994.