♫ City of Dreams

“Hay veces en que lo normal pasa a extraordinario así por las buenas y lo notamos sin saber cómo”. Así comienza esta novela protagonizada por una mujer que en primera persona irá contando ese tránsito de lo normal a lo extraordinario, que, en su caso, no se produce exactamente ‘por las buenas’ sino por la decisión que toma de aceptar el juego de contarse su propia vida, poniendo en práctica así una de las ideas fundamentales que recorre toda la obra de Carmen Martín Gaite: las cosas existen en la medida en que se cuentan y adquieren sentido al configurarse como relato.

Conocemos a Águeda en un momento de crisis. Es una mujer de 35 años, vital y apasionada, pero que anda perdida en la vida. La muerte de su madre le hará iniciar un viaje de búsqueda interior durante el que, llena de dudas sobre sí misma y lo que tiene, se replanteará todo su pasado. El viaje empieza con una visita a su abuelo, que vive en una residencia y cuyo director le propone el juego de hacerse pasar por su madre. El mecanismo narrativo que se activa con esa petición, al convertir lo normal en extraordinario, tiene el poder de abrir los ojos de la protagonista. Aunque el viaje-relato dura solo unos pocos días, su primer efecto es la suspensión del tiempo: el presente es visto a la luz de los sueños, el deseo y la memoria.

Enseguida se da cuenta de que suplantar a su madre ante los ojos de su abuelo no será un simple trámite, sino que va a provocar “el desencadenamiento de aguas residuales que se propagan por otros terrenos no tan fáciles de describir ni de acotar”. Esos otros terrenos son, en realidad, toda su vida y la forma que ha tenido de vivirla “tomando indecisiones”, como su padre, y cosiendo la verdad con “hilos de mentira”, como su abuelo. Ahora se enfrentará a cada uno de los trozos del espejo roto de su vida para reconstruir con ellos, en un cuaderno limpio, un nuevo relato, esta vez sin miedo a las tachaduras. Será un cuento incompleto, un retazo provisional, una morada pasajera, como los que le gustaban a Carmen Martín Gaite, sabedora de que “no cabe contar nada sin arriesgarse a explorar las rutas imprevistas que el propio cuento vaya presentando”. Al transformar la vida en palabras, con un itinerario lleno de pistas engañosas, como tiene que ser en cualquier cuento que se precie, la protagonista descubrirá lo distorsionada que está la imagen que tiene de sí misma, de todo lo que ha vivido y de las personas que compartieron su vida.

Resulta tan empobrecedor atenerse de forma rígida a lo que se ha elegido, descartando cualquier otra posibilidad igualmente interesante, y sin embargo hay que contar con ello, nos pasamos la vida decidiendo, por mucho que nos agobie decidir, esa es nuestra condena, la sed de infinitud chocando contra los barrotes de la jaula.

¿Qué lugar ocupan las mentiras en el relato de una vida? ¿Responden a una necesidad natural de rectificar las imperfecciones del mundo? ¿Son muletas que nos ayudan a abrirnos paso en medio de las adversidades o, con apariencia inocua, nos arrastran poco a poco hacia un laberinto que nos encierra en nosotros mismos? Al enfrentarse a estas preguntas durante su viaje vital y narrativo, Águeda aprenderá a sujetar las riendas de su destino, contándose a sí misma y ante los demás y definiéndose por las historias que invitan a desvelar imposturas y a explorar la vida en busca de lo que tiene de verdad.


Si es él y no me conoce y no me mira -pensé-, también habré soñado que tuve una madre, que aprendí ruso, que estudié Historia del Arte y compuse canciones de entrerrock, que me gusta el zumo de pomelo, que he llorado muchas noches cuando nadie me veía; será como si una esponja empapada en vinagre borrara sobre la pizarra de mi pasado toda huella de tiza, cualquier alusión al crecimiento y al enlace de unos episodios con otros, se convertirá en humo la esperanza, en mentira el desengaño y en cifra equivocada la osadía, aquellas ganas de jugar a lo que saliera, de seguir apostando siempre por lo no conocido

APUNTE SOBRE LA AUTORA

De Carmen Martín Gaite (1925-2000) se puede decir lo mismo que ella dijo de Patrick Modiano: «Es de estos escritores que se te meten en el alma”. Sus novelas son realistas a la vez que de gran complejidad emocional. Destacan por su amenidad, su sensación de frescura y facilidad, y por la intensidad psicológica de sus personajes.
Su pasión por la novela es inseparable de su permanente exploración sobre el misterio de la escritura y las relaciones entre vida y ficción. La búsqueda de interlocutor guiaba su literatura, como si pensara que la decisión de contar tuviera su origen en una necesidad de comunicación con alguien concreto para establecer una relación privada que, sin embargo, se reproducirá con cada lector. “Me gusta ir avisando al lector que tal o cual personaje va a tener interés. Porque me gusta mucho que el lector me siga. Yo pienso mucho en el que me va a leer, soy muy considerada con él, que bastante favor me hace leyéndome”. Las obras que eligió como traductora dicen mucho de sus gustos literarios: Jane Eyre, Madame Bovary, Al faro, los cuentos de Perrault, Cumbres Borrascosas, etc.
Era muy aficionada a escribir diarios y en sus cuadernos abundan las reflexiones sobre el arte de la ficción y la relación entre vida y escritura. Aunque no escribió memorias ni autobiografía, sí relató su vida en diarios, ensayos y conferencias, donde rememoró episodios de su infancia en Salamanca y de su juventud en el Madrid de los 50, sobre todo las noches de cafés y tabernas que compartió con “malos estudiantes pero buenos escritores” como Ignacio Aldecoa, Alfonso Sastre y Jesús Fernández Santos.
En 1955 ganó el premio Café Gijón con El balneario y tres años después el Nadal con Entre visillos. De la época intermedia de su obra destacan las novelas Ritmo lento (1963), Retahílas (1974) y El cuarto de atrás (1978), con el que ganó el Premio Nacional. En la década de los 90, la última de su vida, publicó, además de Lo raro es vivir (1997), algunas de sus novelas más destacadas: Nubosidad variable (1992), La reina de las nieves (1994) e Irse de casa (1998). La muerte le llegó con una última novela entre las manos, Los parentescos (2000).

Mientras dure la vida, sigamos con el cuento.

Su hija Marta, a quien dedicó La reina de las nieves, y a quien en sus cuadernos llama cariñosamente La Torci, murió muy joven.