Este es un libro muy alemán. Denso, serio, complejo, profundo y también árido e incluso aburrido en algún tramo. Ambientado en un pueblo remoto del norte de Alemania en los últimos años de la II Guerra Mundial y los primeros de la posguerra, la novela indaga en las consecuencias que tuvo en las relaciones personales y sociales la propagación de las ideas que llevaron a los nazis al poder.

Como dice el crítico Marcel Reich-Ranicki en la frase publicitaria de la contraportada de la edición de Impedimenta, “Lenz es capaz de regalar a sus lectores historias poéticas pero de una fuerza demoledora”. El estilo del autor destaca, efectivamente, por su riqueza léxica y su cuidado del detalle, con lo que consigue unas descripciones de la naturaleza muy potentes y que transmiten de una forma visual y emocional el trasfondo opresivo en el que se desenvuelven los personajes. Además, en consonancia con uno de los temas fundamentales de la novela como es el compromiso del artista con la realidad, la mirada del narrador, un chico que observa los hechos como un testigo que nunca termina de ver la escena completa ni de entender lo que ocurre, se ajusta a esa perspectiva y, como lo haría un pintor, intenta mostrar la verdad con el poder de una atención concentrada. Gracias a esa coherencia del narrador con su perspectiva, la lectura en sí se convierte en una aventura que exige una actitud paciente y despierta porque todo lo que se va a percibir sobre lo que ocurre y, más allá de la trama, sobre lo que ocurrió en Alemania en aquellos años decisivos, será por afinidad emocional. El chico que escribe sobre lo que vivió en aquellos años nunca hace reflexiones políticas o morales sobre los hechos, puesto que él está tan desorientado como el resto de los personajes, y, sin embargo, a través de percepciones sensoriales y emociones consigue transmitir todo el horror en medio de un ambiente de pesadilla. Así por ejemplo ocurre con la amenaza de los soldados nazis que se hace palpable simplemente por la descripción del olor de sus abrigos de piel o del crujido de sus botas.

El narrador es un joven que vive recluido en un reformatorio en Hamburgo y a quien, como castigo, se le obliga a escribir una redacción sobre el tema “Las alegrías del deber”. “Me han impuesto un castigo”. Así empieza la novela, que es, por lo tanto, el relato que hará el joven con los recuerdos de su infancia en el último año de la guerra, pero que se alarga hasta que cumple 21 años. Lo que le inspira para tratar el tema asignado y que conforma la trama principal de la novela es la relación entre su padre, policía local, y un pintor reconocido a quienes une una amistad que se romperá cuando el primero recibe la orden de requisar la obra del segundo e impedirle pintar. Un sentido imperturbable del deber chocará con los sentimientos de amistad e incluso con las relaciones familiares y tendrá consecuencias trágicas debido al fanatismo, el desprecio de los sentimientos y la renuncia a cualquier tipo de reflexión racional.

No obstante, la novela es mucho más que una denuncia de las catastróficas consecuencias que tuvo el delirio nazi al que sucumbió gran parte de la sociedad alemana. Es también una indagación sobre la capacidad de la memoria para preservar las vivencias y de los relatos para descubrir la verdad. La narración del joven testigo de los hechos, ahora recluido en el reformatorio, se contrapone en determinado momento a la investigación científica que unos psicólogos inician sobre su personalidad. De esta forma, lo que el relato científico, objetivo, frío, neutro y clínico muestra como real y servirá para diagnosticar una “relación trastornada con el mundo exterior”, la narración subjetiva, íntima, biográfica y detallada del joven apela a una verdad más profunda. “Sucedió como lo cuentas, pero en realidad no fue así”, le reprocha el joven al científico. Siempre quedan nuevas cosas por contar y, a menudo, lo más importante es lo que permanece invisible. En manos del lector queda dilucidar el alcance de esta visión artística.

“¿Sabes lo que es mirar? Mirar es ampliar, acrecentar. Mirar es penetrar y expandir. O también inventar. Para parecerte a ti mismo, debes inventarte, una y otra vez, con cada mirada. Lo que se inventa se hace posible y real. (…) Ver no es solo levantar acta. Uno debe estar preparado para la réplica. Te marchas y cuando regresas algo se ha transformado. La forma debe oscilar, todo debe oscilar y dudar, la Luz no es tan mansa…”

SOBRE EL AUTOR

La obra de Siegfried Lenz (1927-2014) destaca, junto a la de Heinrich Böll y Günter Grass, entre la narrativa alemana posterior a la segunda guerra mundial, la que se denominó ‘literatura de los escombros’. En los tres casos, las novelas sirvieron para promover la reflexión sobre la responsabilidad individual y colectiva en la barbarie nazi. Los tres autores eran jóvenes o adolescentes cuando estalló la guerra, en la que participaron como soldados, lo que les da una perspectiva similar para interpretar los años del nazismo. Como integrantes del Grupo 47, apostaron por una literatura renovada y comprometida con los problemas de su tiempo. Aunque a diferencia de los otros dos, Lenz no recibió el Premio Nobel, sí está considerado como un autor fundamental de la literatura contemporánea, que además tuvo un gran éxito tanto en su país como en el resto del mundo ya que sus obras han sido traducidas a más de treinta idiomas. Además de ’Lección de alemán’, publicada por Impedimenta con traducción de Ernesto Calabuig, en español se pueden encontrar una recopilación de cuentos, ‘El barco faro’, también en Impedimenta, y las novelas cortas ‘El teatro de la vida’ y ‘Minuto de silencio’, ambas editadas por Maeva, muy poco si se tiene en cuenta que es autor de más e quince novelas y numerosas obras de teatro, relatos y ensayos. Publicada en 1968, ’Lección de alemán’’ fue la obra que consagró a Lenz, que también fue periodista como redactor jefe de la página literaria de Die Welt.