Guernsey

Guernsey

Ayer acabé al relectura de la novela que más veces he recomendado y prestado. Tanto va el cántaro a la fuente, que el libro no retornó tras el último viaje y ha sido T. la que me ha regalado su ejemplar, para que vuelva a disfrutarlo. A unos les habrá gustado más que a otros, pero todas las personas a las que les aconsejé su lectura (cuando alguien me dice que no le gusta leer novelas, o que quiere volver a experimentar el placer de desear que el libro que está leyendo no se acabe nunca, siempre los mando de viaje a Guernsey) me han asegurado que no les ha defraudado.

He rebuscado entre las entradas de este blog y he descubierto que ya hace más de diez años que lo leí por primera vez. Nos lo recomendó a T. y a mí un compañero de las clases de inglés a las que acudíamos entonces; creía que hacía menos que había leído el libro y más que había asistido a aquellas clases, supongo que esa diferencia en la percepción del tiempo transcurrido con respecto a dos hechos simuntáneos quiere decir algo.

Me asombraba entonces, y todavía me pasa, que mucha gente que deambula por las librerías en realidad no sabe lo que busca… Lo único que quieren es mirar y esperar a encontrar un libro que les llame la atención. Y luego, al ser demasiado inteligentes para confiar en la contracubierta del editor, le harán al librero las tres preguntas: 1) ¿de qué va?, 2) ¿lo ha leído?, 3) ¿vale la pena?

La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey es una de esas novelas que leí como lectora y que ahora he releído, también como autora de una novela, es decir, sabiendo lo difícil que es contar una historia que no es circular, como fácilmente puede serlo un cuento –y siempre son las mejores entradas de un blog-, sino que tiene un arranque (que ni siquiera es el inicio de la acción, porque los personajes y las tramas estaban ahí antes de que la historia empezase) y un final (que debe ser compatible con una vida que seguirá, al menos para los personajes que no mueren en la trama). Con tener algo que decir no basta, además hay que contarlo de forma que atraiga la atención del lector primero y que le permita comprender lo que está sucediendo y desear saber más, después.

“Leer buenos libros te impide disfrutar de los malos” dice Isola Pribby, una de las protagonistas de esta magnífica novela, que parece estar escrita a vuelapluma y que, como todo lo que parece simple, tiene detrás una estructura compleja. Si no es fácil escribirle una carta a un amigo, conseguir que un puñado de cartas cruzadas entre desconocidos, cuenten una misma historia, me parece complicadísimo. Hay ocasiones en las que, tras leer el primer párrafo, ya sabes que aquella persona te caerá muy bien o muy mal. A veces, caes en la trampa que las autoras te tienden y ves cosas donde no las hay. Siempre –al menos en mi caso-, agradeces que el horror que esconde la historia, se te ofrezca envuelto en la ironía que solo esgrimen los que han sufrido demasiado como para regodearse en ello.

Ayer regresé a casa cansada después de un inacabable día de trabajo e ilusionada porque sabía que llegaría al desenlace de la novela. Quería alargar la lectura lo más posible. Me preparé un vaso de leche muy fría con cacao, me senté junto a la ventana del salón y abrí el libro.

Por la noche debí soñar con Guernsey, porque al despertar solo tenía ganas de sonreír.

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La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey
Mary Ann Shaffer y Annie Barrows
Traducción de Sara Campos
RBA libros, S.A.