Este es el libro perfecto para leer en el desván. Es una novela poblada de huérfanos, viudos, alcohólicos y otros seres desamparados que habitan en una mansión que ha conocido tiempos mejores y ahora ofrece un aspecto decrépito, con jardines llenos de telarañas, habitaciones húmedas y una bodega que exhala un aroma frío y enmohecido. La mansión Cropthorne Manor es el escenario de una historia muy triste, melancólica, casi deprimente, a pesar de que se cuenta en ella el despertar al amor de una joven inocente, Cassandra Dashwood, recién llegada como institutriz de la hija del propietario. A su llegada, se encontrará con un puñado de personajes tan decadentes como la mansión que habitan y que protagonizan en los pocos meses que dura su estancia una narración claustrofóbica que va elevando su tensión conforme se desvelan los secretos y frustraciones que apagan lentamente sus vidas.
La novela fue publicada en 1946 y en ella hay varias referencias a otras obras que le sirvieron de inspiración: además de las similitudes entre la protagonista y Jane Eyre, Dashwood es el apellido de las protagonistas de Sentido y sensibilidad (1811), de Jean Austen, algunos de los personajes van al cine a ver la película ‘Orgullo y prejuicio’ y a otro se le compara con Heathcliff, el atormentado protagonista de Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë.
El narrador adopta al principio un tono irónico y distanciado (“Cassandra, gracias a todas las novelas que había leído, estaba segura de experimentar las emociones adecuadas…”), que mantiene incluso cuando, superada la mitad de la novela la historia se torna trágica. Sin embargo, ese distanciamiento del narrador no impide que los personajes y las escenas que protagonizan estén llenas de calidez, seriedad y una extraña verdad, confusa y apagada, pero que irradia fuerza por la propia penumbra que la oculta. Conforme se van conociendo de cerca a los personajes y sus traumas, se descubre que cada uno de ellos tiene algo que se interpone entre ellos y la vida, y que no es exactamente la muerte.
Una noche Tom había pensado en la pintura de Rossetti, Cómo se conocieron, y creía que en cada recodo de los setos Tom y Violet vendrían a su encuentro, con sus ropas de color blanco y añil reflejadas contra la luna, sus dedos pálidos y entrelazados y la oscuridad en sus ojos.
Es una historia de amor, aunque el narrador ya se encarga de decir que no a la antigua usanza. Aquí ya nada es completo, claro e imperturbable como en la juventud, sino complejo, enrarecido y oscuro como un pozo sin fondo. La sombra de los muertos sigue marcando la vida de los personajes y enfrentarse a ellos es una desafío que puede hacer posible la esperanza, aunque el precio sea la verdad. Eso lo saben bien: la verdad no lo es todo. “La Belleza no es todo lo que dicen, ni la Verdad. Hay cosas curiosas, emocionantes, conmovedoras y fantásticas también”. Para ir en busca del amor tendrán que entrelazar las manos y adentrarse en la oscuridad, atreverse a ver cómo el pasado se diluye en la amargura o se resquebraja como una taza de porcelana. La felicidad llega, sin duda, aunque nunca se sabe de dónde.
“Entró en su habitación y abrió de par en par las ventanas, para inclinarse en la fresca oscuridad. El rosal era como una maraña de restos de tinta. La tormenta se había arrastrado hacia una hilera de colinas y ahora la lluvia caía concentrada, permanente, golpeando el follaje y la raíz de la hierba cayendo imparcial sobre las tumbas del cementerio y las diosas que se erguían frente a la casa”.
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Tras un periodo en que su nombre quedó relegado en las letras inglesas, en la década de los noventa Elizabeth Taylor fue reeditada y su obra recibió una mejor valoración por parte de la crítica. A España llegó a finales de los 80 de la mano de Anagrama, con su novela Angel. También Alfaguara y Martínez Roca publicaron alguna otra novela suya, pero de forma aislada y sin mucha repercusión. Actualmente es la editorial Ático de los Libros quien nos está permitiendo disfrutar de esta gran escritora a quien se sigue considerando uno de los tesoros ocultos de la novela inglesa.
Elizabeth Taylor (1912-1975) fue el nombre que adoptó Dorothy Betty Coles cuando en 1936 se casó con Kendall Taylor. No la ayudó mucho compartir nombre con la estrella de Hollywood. Su primera novela coincidió con el debut cinematográfico de su homónima en ‘Fuego de juventud’ en 1944.
No se sabe mucho de su vida. Concedió muy pocas entrevistas y no se relacionó con los círculos literarios de su época. Algunos autores sí defendieron la excelencia de su obra, por ejemplo, Kingsly Amis, sus amigos Ivi Compton Burnett y Robert Lidell, y, póstumamente, Anita Brookner, que la llamaba la Jane Austen del siglo XX. También ha sido comparada con Graham Greene o con Richard Yates o, por su estilo elegante, sutil y poético, con la irlandesa Elizabeth Bowen.
Taylor llevó una vida tranquila en Buckinghamshire rural, con su marido, un hombre de negocios, y sus dos hijos, una existencia que contribuyó a que se la encasillara como escritora costumbrista cuyos temas giraban en torno a las rutinas de las familias de clase media. Sin embargo, sus mejores novelas, como Angel, Una vista del Puerto o Palladian (título original de La señorita Dashwood) son intensos dramas emocionales de seres torturados, a menudo solitarios y deprimidos, incapaces de aceptar el destino. Sus novelas destacan como dramas humanos representados por personajes complejos. En total escribió doce novelas, además de numerosos relatos que publicaba en revistas.
En 2009 apareció una biografía escrita por Nicola Beauman, ‘La otra Elizabeth Taylor’, basada principalmente en los extractos de las cartas que escribió a lo largo de su vida. Allí se cuenta que Taylor trabajó como institutriz y bibliotecaria antes de casarse y se analizan las dificultades que tuvo para publicar y sus influencias literarias, entre las que destacan Virginia Woolf y E. M. Forster.
Imagen: «How They Met Themselves», de Dante Gabriel Rossetti. Fitzwilliam Museum, Cambridge, Cambridgeshire.
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